Cuántas cosas ocurrieron ante mis ojos de aquí a la esquina. Pasé cerca de una mesa y una silla, que no vi adentro de una casa por ejemplo.
Cuántas cosas no existen sino que fueron presentidas caminando sin estar consciente de que estuvieran.
Creí que era llanto el que se oía pero sonreían a carcajadas, las personas somos tan extraños, una novela cada uno, un soldado, una solo forma de agarrar el vaso, de decir te amo o de guardarlo. Es la misma cuadra desde que soy niño y la magia del tiempo nos cambio la vida.
Lo que no cambia es la inquietud por llegar, la velocidad y las ganas de asomarse para ver qué hay más allá de la orilla.
Me ha tocado competir con sujetos que flotan corriendo como sabiendo que ningún juez de pista los mira, liebres canijas que se burlan de mis pasos de tortuga.
A dos pasos se guardan muchos secretos, llenando las calles de lado a lado y nadie confesó lo necesario. Hubo mujeres cuyos nombres no recordamos, y como de un cercado hicieron una gran barda dejamos de mirarlas.
Permití ser pensado cuando nadie me miraba, corrí a la esquina y esquivé la tortuga que soy con una copa de vino. A lo largo y ancho llovían piedras antes de que pavimentaran.
La vida cambia si notas cómo se desliza la mirada sobre la cinta asfáltica y se queda un momento mirando a una muchacha. Pasaron carretas con leña y naranjas que se llevó el viento un jueves, aún cuando pudo ser cualquier otro día.
Pasaron los años perseguidos muy de cerca por otros que igual cayeron sobre los hombros de un poeta del barrio.
Es ahora cuando puedo contar los coches de uno por uno, jugar con sus colores y sus modelos, a ver quién cuenta más vochos como el que tenia el mas viejo de nosotros.
Cuántas veces en la cola de las tortillas, en el fuego de la banqueta con la bandera de la tierna infancia. Tres veces me negó el perro que me mordió en una desconocida, antes de pisar la base de la esquina.
En esa cuadra el paisaje bajo el cielo vibraba sobre las casas barrocas. En bardas altas y en los terrenos solitarios, con cadillos encajados en el cuerpo de concreto, se escucha todavía aquella voz dulce de mi madre que me habla.
Comediantes urbanos en esta calle vendimos raspas, elotes, mueganos y charamuscas. Con ello me embargan sensaciones y sentimientos. Ahora todo es como puntos entre paréntesis.
Cuántas cosas corrieron por las calles, se detuvieron con un papel en la mano, una notificación, la deuda con un premio, un desahucio. Cuánta memoria mentirosa, amores a primera vista, trucos a la vista, cuántos espejos perdidos en la infancia ahora extraña.
Antes de llegar a la esquina conservo la memoria desgastada a balonazos en la cara, raspones en el césped imaginario del Azteca, pateando el balón para adentro de la casa habitada por fantasmas.
La mirada que conservo intacta tiene que ver con el tipo de silencio aquel, debajo de un árbol, con las respuestas que llegaban mucho antes que las preguntas de quienes faltaban por ser encontrados en el juego de las escondidas con la que me gustaba. ¿Y qué hago aquí y no en una guarida, en una casa, en un nido? Estoy en la hoja de la cuadra que al alejarse volvió libro después de cien millas marinas, cien años en mis pensamientos absurdos.
La historia de aquí a la esquina llena de ilusiones, de huéspedes distinguidos y locos que con la banda local bailan. La historia con la esquina como límite de la nostalgia, de un baile en la terraza, un calambre a la hora de patear el esférico que prefirió ser luna llena.
HASTA PRONTO