El esperpento reeleccionista de Alito Moreno no sólo expresa la decadencia del PRI, sino también de los grandes partidos de la transición democrática. La debacle se extiende a un sistema que dejó de representar a la ciudadanía y ser agente de cambio frente al surgimiento de un nuevo modelo de partido-movimiento bajo el liderazgo de López Obrador.
El tsunami del 2 de junio arrastró a la crisis a la oposición y a sus dirigencias a batirse en el fango antes que dejar el cargo. Al PRI, en el lodo glutinoso de una reforma estatutaria para que Alito siga en la presidencia hasta 2032, a pesar del peor resultado electoral del partido en su historia y, al PAN, en el lodazal del relevo de su dirigencia, donde Marko Cortés maniobra para dejar a un afín sin importar la descomunal desconfianza de la ciudadanía, que acabará por abandonarlos del todo.
¿Cómo explicar el ocaso del modelo del “poder compartido” en la apropiación, abuso y estafa de villanos bufonescos que no pasarían una prueba cognitiva de principios de la democracia? De una oposición montada en el discurso del peligro reeleccionista de López Obrador, cuando sus dirigencias responden al fracaso con el agandalle del poder, así suponga enterrar a su partido. Son el residuo del autoritarismo priista en que se formó el menguante sistema de partidos y una justificación para una reforma electoral. Visto en perspectiva, no es extraño que los partidos de la democratización de los 90 repliquen sus males en la hora del desastre. Ellos construyeron un arreglo de reparto del poder que relegó a los órganos del Estado en meros ejecutores de decisiones de sus altas esferas. Su rápido desgaste en la joven democracia mexicana está atado al millonario financiamiento de los partidos, que hizo de sus líderes CIO de empresas, con más recursos que muchas de ellas; y al poder de su firma para funcionar como franquicias preservadas con candados, como la sobrerrepresentación con que fortificarse, hasta que Morena los desplazó con sus mismas reglas.
Partidos con dueño, cupulares, verticales, sin vida interna ni rendición de cuentas; pero vulnerables a la apropiación de dirigentes ambiciosos. Hasta el PRD, surgido de la lucha social contra el régimen autoritario del PRI, acabó por sumarse al esquema de simulación y complicidad, que alcanzó su máxima expresión en el Pacto por México de Peña Nieto. El último del elenco del “tripartidismo empantanado” —como calificaba Rincón Gallardo al sistema de partidos de la transición— también llega a sus horas finales de una muerte anunciada desde la escisión de López Obrador en 2012 y la esclerotización de una dirección alérgica a renovarse.
La pregunta que flota sobre su debacle es si les queda posibilidad de renovación, a excepción del PRD en la picota del registro. Pero la duda puede resultar irrelevante frente al dominio territorial de Morena y su hegemonía en el Congreso que, por el contrario, active los resortes autoritarios de sus liderazgos para negociar y funcionar como satélites en el modelo del “gatopardismo”, que también les enseñó el viejo PRI.
Las purgas con que amenaza Alito a sus críticos internos con ataques grotescos dejarán un cascaron ya de por sí vacío de militantes en el PRI. Mientras él conserve un poco de oxígeno para negociar con dos gubernaturas que retiene de las 12 que recibió al llegar a la presidencia en 2019, y buscar servir de comparsa en el Congreso. Un escenario nada inverosímil para la última ola de renuncias de reconocidos priistas, como el exgobernador Héctor Astudillo, para el que “no hay antecedentes de tanta inmoralidad y falta de vergüenza”. Respecto al PAN, sus barones parecen más interesados en seguir en el discurso antiobradorista y del peligro para la democracia que de intervenir en el naufragio de un relevo amañado.
En esos escenarios, la duda sobre su futuro comienza a ser irrelevante, como confirman muchos cuadros que emigran del PRI a Morena, y del PAN o el PRD a la formación de un nuevo partido bajo las siglas del Frente Cívico Nacional que sostuvo la candidatura de Xóchitl. Evidentemente, la democracia necesita de partidos que transformen el país, aunque sus dirigencias parecen querer condenarla a la desaparición de la oposición. Morena, que también renovará su dirigencia en septiembre, tendrá que tomar lecciones de los males que precipitaron a sus rivales si quiere demostrar que realmente es diferente a ellos.
Por José Buendía Hegewisch