La pasada victoria electoral de Morena en todos los niveles demostró el éxito político de la actual administración.
Ya eran inaplazables las exigencias de mejoría en el bienestar de la población. La gran mayoría de los mexicanos sufrió décadas de deterioro salarial y explotación laboral, abandono del campo, empobrecimiento masivo e inequidad extrema.
La emigración de millones a los Estados Unidos se tradujo en rupturas familiares, hijos sin padres y sin una guía apropiada para una vida de trabajo honesto. A lo anterior se sumó la percepción generalizada de corrupción de lo público.
El diagnóstico fue el correcto y en alguna medida se supo responder al interés de la mayoría. La administración que tomará el relevo en unas semanas habla de construir el segundo piso de la 4T (cuarta transformación).
Se trata de avanzar sobre lo construido, que fue sobre todo elevar los ingresos de la población, en particular trabajadores formales y sectores vulnerables.
Pero el diagnóstico sigue siendo esencialmente el mismo que hace seis años y falta mucho por hacer. Si lo realizado en este sexenio no fue suficiente eso implica que no basta hacer más; también hay que cambiar la manera de hacerlo.
Sheinbaum, la futura presidente, hereda un poder político que le permite plantearse transformaciones de gran magnitud.
También enfrenta fuertes restricciones: la pobreza del gobierno convertida en vocación; la fortaleza de los poderes facticos y su reacción ante cambios que pudieran afectarlos, por ejemplo en lo fiscal o la inseguridad rampante, entre otras. Habrá que empezar por hacer mucho con pocos recursos.
En este sentido va la propuesta de crear una Secretaría del Sector Social para fomentar la producción, la distribución, el consumo y el bienestar de las mayorías hasta el momento excluidas de la economía que pudiéramos llamar nacional – globalizada.
Antes hay que mencionar algunos elementos de diagnóstico de lo que podría y debería corregir una Secretaría del Sector Social.
Las transferencias sociales por medio de tarjetas bancarias reorientaron el consumo hacia las grandes cadenas comerciales más preparadas para aceptarlas.
En contraparte alejó el consumo de los mercados tradicionales, sean de barrio o sobre ruedas y de las cadenas de producción tradicionales.
El incremento del consumo se centró en alimentos industrializados, e importaciones de todo tipo, desde granos básicos traídos de Estados Unidos, a la ropa interior, vestimenta, calzado, electrónicos y dispositivos de bajo precio importados de China. Lo mismo puede afirmarse para todo el incremento del consumo popular, sean salarios o remesas enviadas por familiares en el extranjero.
El abaratamiento substancial del dólar en los últimos tres años y la eliminación de aranceles a las importaciones de consumo popular contribuyeron a la mencionada reorientación del consumo, en detrimento del crecimiento nacional.
La tendencia de la economía es paradójica: incremento del consumo sin el respaldo de un crecimiento productivo apropiado. Más específicamente, mayor consumo popular con deterioro o quiebra de los sectores productivos convencionales que mayor ocupación popular generan.
El crecimiento del sector globalizado exportador de alto nivel tecnológico, en su mayoría de propiedad transnacional, nunca será la respuesta a los requerimientos de empleo para el enorme volumen de trabajadores informales y sin trabajo digno.
Una investigación científica reciente nos reveló que la mayoría de los adultos menores de 60 años que fallecieron durante la pandemia padecía de diabetes.
La población mexicana es una de las de mayor sobrepeso y obesidad en el mundo; acompañada no solo de diabetes sino de problemas cardiacos y circulatorios, presión alta. La mala modernización de la dieta mexicana ha favorecido el consumo de alimentos chatarra (grasas, harinas y azucares), de bajo valor nutricional y ha empeorado la salud general de la población.
Esta situación nos roba bienestar, años de vida, capacidad laboral y demanda fuertes gastos en salud y cuidados que no se encuentran al alcance de la mayoría. Las transferencias sociales “directas” a los beneficiarios sin intermediarios sociales organizados, deterioraron a las organizaciones y liderazgos sociales de apoyo a la población.
Cierto que había un costo de intermediación; pero eliminar organizaciones y liderazgos locales y regionales se tradujo en una composición social cuyo vacío atrae algo peor, organizaciones delincuenciales.
El segundo piso de la 4T debe reubicar en su lugar correcto a la producción popular como soporte firme, fundamental, del consumo y bienestar mayoritarios. La respuesta es acercar el consumo popular a la producción nacional, regional y local. Puede hacerlo y al mismo tiempo asumir la responsabilidad de garantizar el acceso a una nutrición suficiente y de calidad para todos los mexicanos. Conseguir un avance notable en estas dos vertientes requiere organizaciones de base que sean el brazo operativo local y regional de una firme alianza entre el Estado y la población. La propuesta no requiere imposibles incrementos del gasto público.
Crear la Secretaría del Sector Social requiere la fusión de dos organismos y presupuestos ya existentes. Uno es la Secretaría del Bienestar que distribuye transferencias sociales (tercera edad, sembrando vida, becas y otras).
El otro es SEGALMEX con sus miles de tiendas de propiedad social.
Hay que revertir el daño hecho a SEGALMEX por una corrupción que deterioró un brazo fundamental del Estado en su alianza con la población con objetivos de producción, consumo y bienestar.
Hay que restablecer los mecanismos de participación social y dialogo entre gobierno y una Contraloría Social favorable a los intereses de productores y consumidores. La nueva Secretaría del Sector Social reorientaría, gradualmente, las transferencias sociales al consumo en el sistema de abasto popular.
También gradualmente atendería a la añeja demanda de priorizar las compras locales, regionales y nacionales.
Implica multiplicar exponencialmente las capacidades del sistema. Acercar el consumo popular, en primer lugar, el generado por las transferencias, a la producción social reactivaría una enorme riqueza de capacidades productivas ya existentes.
El gasto social tendría la doble función de elevar el consumo y la producción; lo que aumentaría enormemente su eficacia. Otro resultado positivo sería disminuir la presión sobre el sector globalizado y moderno de la economía para generar el empleo y el bienestar que exige la mayoría; lo que no ha podido y seguirá sin poder hacer en el futuro.
Vincular el consumo y la producción populares en alianza con el Estado deberá ser el eje fundamental del segundo piso de la 4T.