El ingeniero Pascual Ortiz Rubio tomó posesión del cargo de presidente de la República, como señalaba la Constitución, el 5 de febrero de 1930 al mediodía en el Estadio Nacional, habilitado como recinto oficial del Congreso de la Unión, ante más de 35 mil personas que asistieron a presenciar la solemne transmisión de poderes.
A las 12.15 horas rindió la protesta de ley y luego dirigió un mensaje a la nación en el que llamó a los mexicanos a la unidad y a redoblar esfuerzos para construir un México mejor para todos.
Terminado la ceremonia, el mandatario y su comitiva se dirigieron a Palacio Nacional a tomar la protesta a los miembros del gabinete y de sus más cercanos colaboradores, en un acto efectuado en el Salón Verde.
Vinieron después los abrazos y las felicitaciones, todo de acuerdo a lo programado.
Sin embargo, cuando Ortiz Rubio se marchaba su domicilio, acompañado de su esposa Josefina Ortiz, de su hija Ofelia, de su sobrina María Roch y de su secretario particular, el coronel Eduardo Hernández Cházaro, a bordo de un elegante Lincoln, un desconocido se acercó al auto presidencial, sacó un pistola y le disparó hiriéndolo.
Uno de los proyectiles rozó una de las orejas de la primera dama y otra alcanzó al jefe del Ejecutivo Federal en el carrillo derecho, debajo de la mejilla.
El agresor, identificado como Daniel Flores, trató de escapar confundiéndose entre la multitud que se encontraba en las afueras del palacio, pero fue capturado por dos agentes viales y luego llevado a la Jefatura de Policía.
El presidente, mientras tanto, fue conducido a toda velocidad al hospital de la Cruz Roja de las calles de San Jerónimo en donde el doctor Julián Villarreal lo atendió de emergencia. La herida que había recibido era dolorosa, pero, afortunadamente, no ponía en peligro su vida.
Daniel Flores, quien resultó ser un joven originario de Charcas, San Luis Potosí, fue sometido a un intenso interrogatorio por el secretario de Guerra, General Joaquín Amaro, y el doctor José Manuel Puig Casauranc, jefe del Departamento Central.
Mientras que las autoridades policiacas realizaban las pesquisas para esclarecer los hechos y conocer el móvil del atentado, en la calle la gente responsabilizaba de la agresión a los fanáticos religiosos, a los partidarios de calles y de Portes Gil y hubo incluso quienes incriminaban hasta a los comunistas, entre otras versiones provocados por el suceso.
El frustrado magnicida, sin embargo, no pertenecía a ninguno de esos grupos políticos y como su silencio dificultaba las investigaciones, los policías que tenían a su cargo el caso lo sometieron a los más crueles tormentos para obligarlo a que confesara, como la de simular ante él el fusilamiento de su padre, pero ni así habló lo suficiente el detenido.
Se dijo que el propio presidente, después de que se recuperó de la herida en el rostro, interrogó personalmente al agresor en la residencia presidencial de Chapultepec, pero tampoco logró saber más de lo que este había dicho a la policía, que atacó el presidente porque lo consideraba ilegítimo en virtud de que había sido electo en una elección fraudulenta y que pensaba que matándolo, José Vasconcelos, el candidato del Partido Nacional Antireeleccionista, ocuparía la Presidencia.
Sin más información que la referida, el atacante del presidente fue consignado al Juzgado Segundo de Distrito siendo sentenciado el uno de marzo de 1931 a 19 años, nueve meses y 18 días de prisión y al pago de quinientos pesos por la reparación del daño.
Dos años después de ocurridos los hechos, Daniel Flores fue encontrado muerto en su celda de la penitenciaría del Distrito Federal en el que purgaba la pena y, de acuerdo con la versión oficial, murió a consecuencia de una pulmonía, igual que dos hermanos suyos que fueron asesinados.
Por. José Luis Hernández Chávez