Como en todo el país, luego de los resultados del 2 de junio, los partidos políticos en Tamaulipas habrán entrado en un proceso de reflexión sobre lo que viene para ellos.
Lo hacen en circunstancias muy distintas: como los equipos que ganan, Morena tiene un colchón amplísimo para analizar con calma, sin prisas y sin apasionamientos, los pasos que deben dar.
En su caso no hay vuelta de hoja.
El triunfo apabullante de la elección apuntala el liderazgo político del Gobernador Américo Villarreal Anaya, y le da crédito al partido para emprender lo que hasta hace un par de años lucía muy complicado: armar una estructura funcional que tenga comités, por lo menos, en los municipios más importantes.
Para ello cuentan con recursos suficientes.
(Al margen de lo estrictamente partidista, para la 4T tamaulipeca cobra relevancia la decisión que tome el gobernador en torno a la continuidad o no en la titularidad de la Secretaría General de Gobierno; y la designación que haga la nueva administración federal para ocupar la delegación de programas sociales en el estado).
Un panorama mucho más difícil enfrentan los partidos de oposición que todavía están groguis tras la paliza recibida.
El PRI vive una de las crisis más graves de su historia, cortesía de Alito Moreno, cuya decisión de eternizarse en el Comité Nacional terminó por dividir todavía más a los priístas de Tamaulipas.
Lo más grave es la realidad política que vivirán a partir del 1 de octubre, con una sola diputada en el Congreso, es decir, sin presencia real en la Junta de Coordinación Política, sin legisladores federales, y con solo una alcaldía en sus manos.
Acaso la única coincidencia entre los priístas tamaulipecos sea su rechazo a mantener la alianza con el PAN, que como ya ha quedado demostrado, no les dio buenos resultados.
Algo similar ocurre entre los panistas que ahora insisten en que estaban mejor solos.
Lo cierto -así lo indican los números- es que la coalición entre ambos partidos potenció los negativos que arrastran desde hace al menos tres sexenios.
Los panistas también han entrado a un proceso de discusión sobre su futuro, que por si fuera poco ahora luce más sombrío gracias al inminente regreso de Luis René Cantú a la dirigencia estatal, tras su derrota en la elección por la alcaldía de Reynosa.
Mientras el “Cachorro” se acomoda en el comité, los liderazgos regionales siguen cavilando cómo deshacerse del lastre del cabecismo que luego de ganar la gubernatura en el 2018, inició un proceso acelerado de demolición interna del partido.
El problema de panistas y priístas es que la lucha por su reconstrucción la deben dar en medio de los escombros.
POR MIGUEL DOMÍNGUEZ FLORES