Con orgullo vivo solo, desde hace años soy amo de casa. Me atiendo de manera casi gratuita y con poca exigencia según el asunto doméstico que trate.
Fuera de ello escribo, leo, dibujo, pinto; soy jardinero descuidado y mediocre, pero intento. Describo lo que para mi es un gusto mientras veo la vida pasar, como todo mundo.
Soy multiservicios y me he especializado en ciertos oficios que por pequeños y obvios nadie ha escrito un libro al respecto, como lavar ropa, trastes, hacer la cama o avadirlo por leer el libro que veo de reojo.
Con una mano recojo lo que se va cayendo y con otra lleno un vaso de agua. Aquí soy bueno y malo conmigo mismo, es decir soy la herida y quien la hizo, el hueco y lo plano, el loco y el cuerdo, soy el puente y quien lo cruza, de todo soy el que soy y todo lo contrario. En fin, soy el ejército que sale para hacer frente a la última guerra.
Disculpe usted este texto escrito en primera persona del singular, pero no hay nadie más por aquí a quien referir, de quien hablar, a quien culpar o de quien recibir la palabra injusta o justa que por mi bien busque corregir los cientos de irregularidades que cometo desde que me pongo de pie y escarbo el suelo.
Comprendo que sea duro para otros vivir solos: los he visto desgastarse, enfermarse de estrés, suicidarse con el cerrucho de una lechuga, quedar tendido en su propia desnudez, luego despertar de un pelotazo, ofrecido por la pata chueca del vecino que sueña con ser como el chicharito.
Entonces llevo rato en esto y para mi es normal la cotidianidad con que voy por la vida como miles más iguales a mi. Sin queja, que de haberla, no sería distinta a la del resto de la gente. Soy feliz a mi manera, sin buscarla ni temerla. La vida en soledad es una canción bonita escuchada sin interrupción, el privilegio de unos cuantos. Al fin y al cabo solos llegamos y solos nos vamos.
Por tanto conozco a plenitud el fondo de la casa, su historia y las averías del caño, de la tubería y la necesidad urgente de lavar una ventana. Claro que no soy autosuficiente, nadie lo es, mas para mi es un privilegio. Soy muy eficiente para repeler alimañas, y no falta quien al verme solo, se equivoque y me arroje una piedra, siempre estoy prevenido para un posible ataque, una pelea de almohadas y de sábanas de seda.
Tengo mis propios juegos, me divierto de manera sencilla con una pequeña pelota que de tanto practicar pega y da en el clavo, tal como escribo. Hace miles de años, creo, salía a correr por la mañana, hoy con tanto trabajo en casa corro todo el día, no me detengo
Estoy solo por decisión propia: pudiera no ser así, pudiera ser porque no queda de otra, por un retiro espiritual, para buscar un refugio personal, o por miedo a los demás, por asumir un riesgo, para probarme a mi mismo, y no es así. Los hombres, y mujeres, solos nos habitamos muy bien y llegamos a crear un hermoso amanecer como cualquiera junto a la ventana. El sol sale para todos, y es lindo comprobarlo ahora.
De ningún modo, dada la condición de quien lo hace todo en casa, creo privarme de nada en absoluto, aunque mi día sea un año de otros, créanme que uno aprende del silencio. Tampoco rescindo del resto de mundo. Con todos soy parejo y los atiendo con gusto, salgo, trabajo, me divierto en la calle y conozco todos los perros de barrio, sé con claridad cual muerde y cual ladra al nagual ancestral que mi forma de ser les confiere. En lo general soy del gusto de los animales.
Este, sin embargo , es mi reality show, mi comedia y monólogo, mi casa de los famosos de la cual salgo a diario con banderas desplegadas listo a darlo todo, y todo es todo. Quien me vea desde luego ignorara mi condición y la del simple peatón qué cruza una calle atiborrada de clientes. No traigo un letrero en la frente que diga «vivo solo». Soy cabrón en ese camuflaje, podrían pensar que tengo un séquito de empleados a mi servicio. ¿Y quién sabe?
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA