Es sublime cuando las olas brotan y se van arrastradas por el viento. Más al fondo las cordilleras forman una barrera para profanar el horizonte. Dijeron que el mar estaba picado y yo vi que se alzaba, que trataba de alcanzar una gaviota suspendida en el aire. Yo no podría asegurarlo.
Cuando llueve, las gotas son señoras que pasan apresuradas con su desgastado reboso a encontrase en alguna parte del agua, con su intermitencia destrozada. Yo dije eso cuando las vi pasar inclinadas en su procesión de señoras.
Atrás de ellas viene una nube recogiendo agua. Agua seducida que sube para empezar de nuevo a ser nube y caer otra vez en su destino.
El mar sin embargo sabe llenar de agua las casas, invadir terrenos particulares y que nada le digan. Es un monstruo cuando se lo propone. Yo no lo creo. En veces sólo llena los estanques necesarios, los baldes y tinacos de una casa.
El mar sabe cruzar ciudades y regresar por la tarde muy campante con el sol que se moja y remoja el cabello. Y vi que volvía y volvía en ese recitar de poemas bonitos y licenciosos por el gran poder del mar.
Uno se quita el sombrero, guardadas las distancias procede ya frente al mar a despojarse de la rutina y teje la telaraña con la cual el día es una pequeña mariposa en el alma. Eso ocurre cuando casi al alba logras saber cómo es que nace el sol mil veces mejor que la última vez que lo viste.
Poco a poco el día se apodera de las sombras, las engulle. El sol quebró todos los vidrios y estalló en los ojos que frente al agua confunden los sedales.
Al mar le legamos esa investidura que nos ponemos para decirnos seres humanos. Le damos nuestras miserias. Nuestro desagradecimiento, la mugre, la melcocha, los trágame tierra, la mancha fantasma y negra, el ruido del motor.
Un día el mar quedará como al principio y alguien aquí deberá pagar. Entonces habrá sirenas que lograron salvarse. Y la humanidad extinta por fin permitirá su existencia de leyenda, en lugar de engañar a los viejos navegantes, retornando en sus agujeradas naves.
Poco a poco la tarde crece en su crepúsculo. En el lomo el mar deja que se suban las aves, los días y los años, los aposentos del alba, la engarruñada tarde de un quebranto, el amor de dos, la lujuria, la sonrisa apenas de esa tarde.
Había algo más para el mar dejado en su tormenta de arquitrabe, de arenque resuelto en carcajadas remotas en el fondo del mar. Tuvo lugar incluso la cita esperada de dos peces, lejos de la existencia humana. Tuvo el mar el paraíso perdido, como en un hotel de paso, cercano al muelle salado de sus latidos.
Con lenguaje de todos los idiomas, en oleajes, comentales océano cómo canta en las noches, como es que el mar en el más amplio escenario, derrite la luna, la pinta como una manzana roja, mordida por una estrofa de Shakespeare tocando el violin en su penumbra.
Tal vez el mar intentó tener hojas, probarse unos arbustos en la gala de mujeres en la playa. Sería un chal transparente después de los relámpagos. Y un duda, antes de que le preguntaran, se pondría unos aretes por donde la luz de luna pasara.
Tal vez un viejo faro vio llegar a Francisco Javier Mina, dicen que llovía como estas tardes. Chinchero. A lo mejor no fue un buen día para el señor que dice un cuate que trajo el primer tenedor a esta tierra.
Anochece para este entonces, el mar lobo estepario escurre por las huellas de un perro de agua y se mete en los cuerpos de esa religión que es un antiguo rumor, un oleaje quizás, así como se escucha…en los caracoles nocturnos al cerrar los ojos de la noche .
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA