Desde los cables el último remolque de la garganta en movimiento se fue estirando como para cobrar fuerza. Grité todavía más recio y se movió la bestia. Un eje de la carreta por la fuerza obrante reguló el paso y comenzó el movimiento. Así es como se avanza en el guano, como si no hubiera chanza. Caes y te levantas. Las ruedas luego dan vueltas.
Yo tengo poco de viajero, me ha costado lágrimas sacar un saco y meterlo. Una lucha de perros es mi brazo cuando lo lanzo, es un escarpelo. Luego de unas tarde el brazo que sabe sacudir el viento me tranquiliza.
No tendrá remedio la hora precisa, el hoyanco pasando por las ciudades. Ni sus pasos perdidos en un horizonte oscuro. La vida es un abanico entonces, ya entrado en gastos, por donde pasa el recuerdo.
Como un reporte en la víspera se informa en los pegotes de los postes acerca de mi llegada para que nadie esté atento, pero el sol continúa penetrante en Ia encrucijada donde hay personas y desde la puerta me hacen la señal de la entrada.
Sobrevivo a las machucadas palabras, dejé ser lo que soy de no ser nadie. Todas las veces soy lo que he visto. No traje al príncipe lisonjero ni mi princesa es bella. Voy debajo de un lobo y más bien traigo un cordero.
¿Qué haré aquí, en un día que no es martes de no te cases? ¿Por qué soy sólo una persona y una que escucha? ¿Qué hago abajo de la camisa lapidada por el agua de lluvia?
Pretendí lo mejor como siempre. Pretender no empobrece, amé infinitamente como los grandes con mi corazón pequeño que soy. Bajo por un alambre que sujeta el poste y la boca de lobo cae en el pasto que abre sus hojas.
De lejos no se observa el cartel que nos anuncia. Podría ir descalzo para no desgastar estos zapatos de oferta, me dan pena las cansadas ruedas de mi carreta. Ni para que preguntar cuántas estrellas de esta noche faltan para llegar a cualquier parte.
Todos los edificios se han pedido en el olfato y sigo el camino de la raíz, el árbol seco, el hijo del higo. Sigo las paredes donde hubo manos, ratos digitales con los huesos bloqueados por un bot de los originales.
Cuando la lluvia se seca deja la ropa en el viento. En la ruta establecida debo de dar vuelta, correr por momentos, detenerme a la fuerza, sonreír de veras. En vagones van los nombres. Atrás van según la forma de los cabellos, van los cables.
Es mi reporte el guano escarpado que se arrastra, la pluma inesperada e invisible, es un par de rayas, disparadas desde una batalla inmerecida. Si es que tuve algo lo perdí, no quiero recuperarlo peleando por un vino tinto. Lo ven, es como la oscuridad imaginaria quien se quedó dormida, es la espera que ya no existe en el vecindario.
Más que daños materiales, los golpes en la cara dieron en las bardas. Los pisos que se encontraron a unos centímetros y antes que un informe del tiempo, el claro sometiendo el pómulo que se hinchó de inmediato con el madrazo. Como si eso fuese todo.
Abajo siguen los desconocidos de siempre que me auscultan para pedirme un cigarro. Ya no fumo. Eso fue en la otra vida. Les digo, para sumir una distancia correcta. Antes era un río y pasaba, sigo pasando pero llevo otro pescado en el anzuelo, otro anuncio me anuncia en una feria de pueblo, y aprendí del pez que conquistó a la más bella del cardumen. Gracias.
En las cámaras de asfalto se anuncia que yo esperaré de todas formas y que nadie de los ahí presentes podrá perseguirme. A dos metros hay un pedazo de tierra, luego un block que se espere hace dos, y comienzo a elaborar lo que ellos nunca hicieron.
Camino conmigo. Me abrazo un poco. Me cubro la cara para que no vean el lado más lastimado y me voy metiendo en la nada. Es todo por el momento.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA