En sesenta días, Claudia Sheinbaum asumirá el cargo como la primera presidenta del país, un hecho histórico relevante en poco más de 200 años de la vida independiente de México.
Si gradualmente también toma el poder y se hace del control de las instituciones que permiten gobernar, habrá dejado sin argumentos a quienes le regatean méritos políticos propios.
En el lapso que falta para que ella llegue y se convierta en la primera mujer en encabezar el Poder Ejecutivo, deberá sortear el inagotable ánimo de protagonismo que ha caracterizado al compañero Andrés Manuel, el cual se ha exacerbado desde que consiguió un sueño largamente acariciado.
Cuando López Obrador llegó a la Presidencia hace seis años con una votación considerable, capitalizando el enojo acumulado de la sociedad mexicana durante años y con una narrativa que con los años fue profundizando la polarización que le ayudó a ganar, pocos pensaban que podría mantener el ritmo que ya traía.
Sin embargo, no solo conservó el buen ánimo sino que se convirtió en el único y más visible miembro de su gobierno, apareciendo todos los días hablando, repartiendo culpas al pasado, premiando y halagando a los suyos, polarizando. Ejerciendo todo el poder, como cuando gobernaba el viejo PRI.
Como dicen los que saben, el poder absoluto corrompe absolutamente y embriaga de soberbia hasta al más prudente, así mismo sucedió con el compañero Andrés Manuel, que no fue capaz de seguir siendo el político modesto -en lo público- y que tampoco pudo sustraerse a los encantos que, como antaño, les prodigaba esa posición a sus antecesores.
¿Se corrompió? Claro: La definición de la palabra no solo aplica a quienes ceden a la tentación de recibir dádivas o beneficios económicos a cambio de ignorar lo que la ley dicta, sino también incluye las de “alterar y trastocar la forma de algo”. “Echar a perder, pudrir” “Hacer que algo se deteriore”.
¿Que si el compañero Andrés Manuel no tomó medio peso del erario? ¿Que si no hay evidencias -aún- en donde aparezca recibiendo dinero u otro bien para su provecho personal? Por supuesto, no hasta ahora y eso hay que decirlo, reconocerlo y apreciarlo en todo lo que vale, cuando se trata de un país en el que históricamente los políticos siempre arrastran acusaciones y, cuando menos, sospechas.
Pero el término se le aplica, le queda y bastante bien a la medida si hablamos de la indolencia con la cual ha actuado él al renunciar voluntariamente, unilateralmente e irresponsablemente a la obligación que adquirió como Presidente desde el momento en que juró cumplir con la Constitución y las leyes del país.
Su actitud condescendiente, indolente y hasta cómplice con quienes violan consistentemente la ley, atentan contra el Estado de Derecho y ponen en riesgo la seguridad de los ciudadanos es innegable. No hay quien en su sano juicio pueda defender lo que no tiene modo de justificarse.
La pronta y entreguista actitud de preferir repartir abrazos -en los hechos, dejar hacer- en vez de aplicar a ley a los trasgresores, originó un clima de inseguridad que hoy tiene al país bajo el control del hampa.
Con una cifra de homicidios dolosos que ya hizo a este sexenio el más sangriento en el último medio siglo y un miedo que permea en todas las capas sociales, la ausencia de una política del gobierno de López Obrador en materia de seguridad le ha convertido en un sujeto que, de ser visto como la esperanza de millones de ciudadanos hartos de abusos del poder, de políticos corruptos y de insensibles burócratas, se volvió un personaje pasivo en el amplio inventario de actores que han llegado a la Presidencia.
El compañero Andrés Manuel navegó todo su sexenio en aguas calmas y con vientos a favor. Cuando hubo alguna tormenta, siempre encontró algo con qué distraer la atención y culpar del mal tiempo al pasado, aunque eso no haya sido en sus tiempos.
Cuando se exhibió a hermanos, parientes y cercanos colaboradores suyos recibiendo sobres amarillos con dinero, cuando se documentaron los privilegios de los amigos de su parentela, el compañero Andrés Manuel siempre negó, desestimó o se burló de los hechos.
Luego, cuando -como viejo conocedor del PRIato- puso en marcha el juego de su propia sucesión, hizo sus jugadas de tal manera que solamente los ingenuos creyeron, confiaron y participaron en el mismo, con los resultados conocidos.
Pero, a diferencia de antes, ahora quien ganó la candidatura y la Presidencia con más votos que el propio López Obrador parece muy decidida a marcar una diferencia respecto a su protector, promotor y padrino.
Sheinbaum no es, como pretende hacerse creer, una académica metida a la política por razones de convicción y de años de lucha al lado del compañero Andrés Manuel.
Es una especie híbrida entre un personaje con raíces ideológicas vinculadas a la izquierda -la verdadera, no la que dice representar López Obrador- y una generación adaptada a la nueva realidad, a partir de la dura lucha contra un sistema opresor y autoritario, el del viejo PRI.
No creo que en los sesenta días que le restan al gobierno de López Obrador, Claudia vaya a romper con él. No en el corto plazo.
Sabe bien que el compañero Andrés Manuel es un viejo zorro de la política y todavía tiene el poder, control sobre muchos actores y factores de poder y una perversidad equiparable a la de Salinas de Gortari y no es conveniente mostrarse discrepante con él.
En estos dos meses, seguramente seguiremos viendo a una presidenta electa que aparentemente sea débil y se deje imponer las decisiones de López Obrador, para no contrariarlo ni darle pistas de que, una vez que ella asuma el poder -el real, el que implica la lealtad de las fuerzas armadas y de los demás factores de decisión-, le va a dar el lugar que debe ocupar el compañero Andrés Manuel por el resto del sexenio.
No veo al compañero Andrés Manuel queriendo jugarle al Jefe Máximo y dar órdenes a la próxima Presidenta.
Tampoco creo que sea tan tonto -aunque se haga-, y quiera exponer a sus hijos a investigaciones que sirvan para ganar tiempo, distraer o quitar presión a los momentos difíciles que le tocará enfrentar al nuevo gobierno.
Más bien me parece -aunque puedo equivocarme-, que López Obrador estará tanteando el terreno, analizando desde su rancho en el sureste el escenario y queriendo cobrar favores, poner a prueba viejas lealtades y buscar incidir en el rumbo de la segunda administración de la Cuatroté, pero sin exponerse demasiado.
Aunque claro, cuando la soberbia nubla el buen juicio de las personas, cuando la añoranza del poder perdido hace mella en el ánimo, muchas cosas pueden suceder.
Lo que creo es que llegado el momento, que puede ser antes del primer tercio de su gobierno, Sheinbaum sea quien fije las reglas de la convivencia política con el compañero Andrés Manuel, defina sus planes con una visión propia y se quite de una vez por todas la etiqueta que sus malquerientes le han puesto de ser una copia de su mentor y protector.
Y sí, que lo deje disfrutando de un retiro dorado, sin preocupaciones y creyendo haber sido un personaje a la altura de los héroes de la Independencia, la Reforma o la Revolución. Al fin que esa siempre ha sido su obsesión.
POR TOMÁS BRIONES
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