Uno corroe la especie, la hilvana en los sonidos de la distancia, la convierte en polvora, la hace un diminuto fuego de cerillo, ligero y emprendedor, pequeño di usted quiere. Crece el humo por dentro imperceptible, entre las ramas, el cerillo es humo, lo que no era es ahora un concurso mudo.
No ceso de escribir como la sangre corre, no se detiene el tiempo, ni el hombre deja de moverse un instante.
El sol tiene pulsaciones por minuto y nadie lo detiene. Hay esa inquietud por acabar, por el fin, por detenerse de repente y se detiene. ¿Es el fin? ¿Es el principio?
La noche es humo constante entre las manos que se orillan, mecen una cuna vacía, y se acalambran en la postería. Abajo hay vidrios, guijarros de platos, porcelana en retazos, tiempo ido, platos de hormiga.
Al cruzar la risa, los dientes sacan su validez real, son falsos testimonios de un muerto, locuras de llanto, y siempre pelona bocana de aire, siempre destartalado diente, siempre ventana, siempre puerta cerrada.
No quiero quebrar las rocas- sobre un estremecimiento- he desarrollado una espina, se encaja, se enreda, se mutila.
No sé escribir, se leer apenas de forma equivocada, se decir mentiras a medias, soy mediocre, cierro la puerta inexistente, me he ido de pronto, soy el silencio, la voz quejumbre, el último pozo, la cosa nostra, la deforme conciencia que ignora que piensa, que sabe, que escribe.
Escribo como la sangre sacada de un chingazo, me hicieron en todas partes, que si sangro no tengo de qué preocuparme, escribo, y es todo, otro mueren a los lejos viéndome, me apuntan, me inscriben, me escrituran antes de irse para siempre, de quedar en vernos de alguna manera a los huecos de los ojos.
No sé escribir, si lo supiera lo superan, lo dijeran, lo escribieran, no sé decir para decirlo con palabras, sé escucharlo, que algo dijeron, lo que sí y lo que no, el resto no importa. Nunca ha importado.
Superen mi letra chueca, escarben en la sílaba, supongan un acento con brillo, dejen caer la tinta, escurran con ella, sean lo que no soy de una vez por todas.
No sé escribir que escribo. Me escuchan las voces, me sacuden los huecos, soy un pedazo de estiercol, lamido, soy el pelo brilloso, la corbata sin nudo ciego, el hijo desobediente, el mal tiempo, el clima veloz que arrastra las montañas de arena en los ojos.
Quiero lo que no quiero y si quiero no diré nada. Nada vale en un encuentro o en una despedida si no es la mano apretada, yo no tengo esa mano, se fue volando.
Veo como corro, no avanzo, me viene siguiendo la calle, los rumores se metieron temprano, hay un espacio en blanco, una hoja solida, una sola letra que quiere decir y nunca dijo algo.
Bebo agua solamente. Me alimento de prana, soy porque soy, sólo un esqueleto entre la gente, cargo en mi espalda este pesado cuerpo, me caigo y lo levanto, faltan kilómetros.
Anoche escribí esto, aun lo escribo, lo desnudo, lo enderezo, así lo dejo, tendido en la calle como el resto, hay otros papeles a fuerza de ser viejos y decir algo que realmente no exista, soy el papel maché, el turbio elemento, el monigote grotesco que llegó aquella tarde.
Soy el uso, el desafuero, lo que quise tener y que no tengo, lo elemental soy, el principio que se quedó en eso, el llano a lo lejos, el rencor que nunca creció al menos para merecerlo en contra, nadie me amo, es cierto. Aunque eso nada tenga que ver con lo otro.
Estoy en mi cantina, en mi ración de espuma, en mi candor, en mi calor, en mi sobreseimiento. Junto a los libros que se queman, se incendian también los aromas, la fuerza del sopor de un recuerdo. Después de mi vendrá sin duda el mejor tiempo.
TENGO OTROS DATOS
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA