Al negar el pasado lo prolongo y así lo confirmo, se vuelve presente. Es un vértigo el ir y venir del presente al futuro inocente. Nadie sabe del aire, si existimos para entonces invictos sin perderel sueño, si el verano con las voces tropicales nos trae el torrente de agua o el torbellino de emociones, nos lavamos la cara.
Los dedos se mueven. Figuraciones de luces, reflejos mínimos de un concierto en silencio. Abajo, en las azoteas del tiempo, en el sublime espacio de los seres vivientes, pisamos una estrella.
Los cabellos revueltos escogen su espejo de nubes para mañana. Los trazos de las calles llevan una recta que antes de doblarse tuercen las casas y los grandes árboles que pasan.
Es una convergencia de espacios, el silbido del viento habla con otros. He pensado en la connotación de los elementos que observo, los que pesan en la memoria, y si puedo saber si algún día se recuerdan, como uno, que de pasar no se cansa.
La memoria no tiene palabras, está hecha de imágenes que adentro cambian de nombre, pero siguen siendo ellas. Más viejas, más hechas o deshechas. En las calles el alcohol encalla como un témpano del aroma haciendo relumbrar, sobre el solariego muro los vidrios de una botella.
Cuando se construye una soledad, uno mismo busca los elementos de esa aridez, la calle puede ser otra distinta a donde vives y quedar inalcanzable a la vista de los mirones espectadores, la calle es esa imposible a donde quieres llegar y no llegas.
Se construye el espacio donde van los muebles de la intemperie, se construye el silencio mudo, la estancia donde va el olvido, el depósito gigantesco donde van los juegos y las risas de niño.
Cuando es mucho el alarde, habrá tiempo de crear siluetas, dibujar garabatos que den con un rostro o con el perímetro de un desvelo. Los sonidos más angustiosos son gratis por la noche en donde corren los gatos celosos.
Al destapar una hora, se cubre la agenda de humo, no se ve nada hasta que haces un gesto y la vida se escapa, se mueve el reloj a destiempo y empiezas a ver las luces de la sombra.
Ahí la sombrilla consiste en un arco de recuerdos que revoca o reivindica según seas antes de llagar a la tienda. Bajo un sol inflexible lleno de ocre y sin arrepentimiento el verano pasa por ser un camión por donde bajan y suben las hormigas.
La tarde también fue un país de nubes antes de desplomarse, como una fotografía caída en el fuego. Todavía hay rincones de la casa que huelen a moho, huelen al silencio del pasado, a imaginación torcida que hoy es certidumbre socarrona.
Hay ciertas preguntas que un poeta no debe hacerse, pues sabe dónde quedaron aquellos días del pastel derramado, formulación de preguntas que atentan contra los mitos en los que se sustenta, si a esas vamos nada es nada. Sí, ¿ pero dónde nace?
Hacia la noche rumban aún las oscuras golondrinas del poeta, son flechas torcidas por el viento que apuntan a una sola cornisa de la crónica. Doy mi vida por estos segundos, por el pelo en el aire de los últimos veranos. Entrego mis fantasmas divertidos en una plaza de armas y los mimos tranquilos de mi soledad absurda.
Por un agujero se mezclan los aromas del fierro con la somnolencia de los insectos en el lavamanos. Juntos, como río y pueblo, abren una botella de hace años y la sonsacan del aire, del fuego, de la tierra, de los labios podridos. Se embriagan y se curan, se sueldan y se abrazan desnudos.
Como si nada pasara todo pasa, como si todo fuese cierto, entonces te enteras, ese todo es nada, lo cierto ya no tiene remedio y esto apenas empieza por la mañana. Nada es cierto. Nada existe, todas son figuraciones al mojarse la cara en el sudor del verano.
HASTA LA PRÓXIMA