La protesta es uno de los muchos recursos utilizados por quienes buscan producir un cambio social, político o económico. Y regularmente se da al través de una manifestación pacífica dirigida hacia la contraparte que, de alguna manera, conculca el derecho reclamado.
Para justificar los distintos grados de protesta, se han ofrecido las más diversas explicaciones –siempre intensas–, animadas por librepensadores, políticos, líderes y luchadores sociales, como Thomas Jefferson, quien consideraba que ‘los hombres tímidos prefieren la calma del despotismo al turbulento mar de la liberta’.
Las protestas más recurrentes surgen cuando existe profundo desencanto con los actuales programas y líneas de gobierno en sus tres niveles; y generalmente provienen de organizaciones que se sienten afectadas, pero son incapaces de mostrar su sentir a través de los canales regulares y legítimos.
Y es que justamente cuando se tiene algo que decir y nadie escucha, se llega a la determinación de alzar la voz para recuperar un derecho y ser considerado en la toma de decisiones.
Otro rasgo distintivo son las condiciones en que tiene lugar este fenómeno social, caracterizado por el sentimiento de frustración de todos los que deciden protestar, tanto en la calle como por otros medios como la internet o la prensa audiovisual y escrita.
Ellos parten de la idea de que las instancias de poder no observan procedimientos democráticos, y, por lo tanto, despojan a los ciudadanos y grupos de su legítimo poder.
En un contexto social distinguido por la desigualdad, lo común es que los poderosos no se sienten a dialogar con personas o grupos que son considerados débiles o marginales.
Entonces, bajo este escenario, se denuncia que no existen las condiciones para la discusión, el debate, la influencia mutua o el florecimiento de la democracia.
Pero si acaso tienen lugar algunos encuentros entre grupos o personas que defienden proyectos opuestos, es debido a la tolerancia y generosidad de los poderosos, sin que ello signifique que tengan la voluntad de abdicar voluntariamente a su poder y defensa de intereses.
Las bases sólidas en las que florece la democracia, sólo se dan a condición de que las fuerzas políticas y sociales que toman parte en la lucha por alcanzar o conservar el poder se encuentren en condiciones de presencia similar y equilibrada.
De ahí que el diálogo y la discusión en la búsqueda de consensos en una sociedad determinada entre los distintos actores políticos y sociales, acerca de la problemática, visión y proyecto que abanderan, ocurra solamente cuando se tiene fuerza para hacerse escuchar.
La protesta tiene diversos grados de expresión; y va desde la petición al diálogo y la discusión hasta la manifestación pública, mediante la cual los grupos de interés tratan de ganar simpatía hacia su causa.
En razón de ello crean sus propios productos de propaganda y comunicación, como mantas, carteles, folletos y demás.
Si lo anterior no da resultado, los individuos, grupos u organizaciones inconformes entran a lo que se denomina la resistencia no violenta, como pueden ser la interrupción de eventos, huelgas y boicots.
Finalmente, y ya cuando se cierra toda posibilidad de negociación por los antagonismos profundos que existen entre ellos y la contraparte, se llega a la confrontación, que, eventualmente, coloca a los actores protestantes al margen del estado de derecho.
En el ámbito nacional –que es el caso que hoy me ocupa–, se enfrenta un dilema severo aun cuando hay recursos y canales para que las fuerzas políticas lleguen a un entendimiento pacífico.
Incluso parece ser que no existe la menor voluntad de utilizarlos para avanzar, de una vez por todas, hacia una democracia efectiva y no de verbo y papel.
El asunto de la repartición de curules de representación proporcional a la fecha es la bandera de la oposición para acusar que en el Palacio Legislativo de San Lázaro habría sobrerrepresentación de Movimiento Regeneración Nacional (morena).
Sin embargo, basta echarle un vistazo a la legislación electoral para entender que las diputaciones plurinominales no se reparten por alianza o coalición, sino se designan a los partidos en lo particular, dependiendo del número de votos alcanzados en la justa comicial.
Ciertamente, morena y sus aliados (PT y PVEM) juntos alcanzarán la mayoría calificada que se requiere para sacar avante las reformas a la Constitución Política, pero eso no significa que el membrete guinda, solo, cuente con la mitad más uno de los 500 legisladores que integrarán la LXVI Legislatura, como bien lo explican expertos en materia política, aunque los inconformes, al ver perdido su poderío, no lo entiendan así.
Cicuta
La asignación de seis curules locales de representación proporcional, que el Instituto Electoral de Tamaulipas (IETAM) determinó para el Partido Acción Nacional (PAN), abre la sospecha de que hubo mano negra en la repartición del pastel.
Lo más grave es que, desatendiendo el marco legal, no lo asignaron curules al PT ni al PVEM, aun cuando lograron el 3% de la votación para tener derecho a por lo menos un espacio.
En colaboración posterior ahondaré sobre el particular.
POR JUAN SÁNCHEZ MENDOZA
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