Por las rejillas de la casa se cuela el aire. Ve ahí estacionados en el patio las mesas cuadradas y los pequeños estantes. Los estanques de agua secos. Lee el primer párrafo desde arriba despacio, suministrando aliento y soltándolo en el momento justo del atraco.
En las esquinas se venden artificios, tú sales de las flores, sales de los espacios ignorados. Llevo mi presencia pueril doblada hacia adentro como espejo. Lavo los huesos, entre rejas amarrados, fuertemente anudados con hilo negro.
Me ha costado trabajo vender el resto en mis horas libres. Hay un libro con la historia del hombre aquel que bajó a los infiernos para aquella que quería. Uno nunca sabe. Se quema las manos. Pero se quema el cuerpo solo en el llano. O te queman a puñetazos, te sueltan ya hirviendo en el café de una tarde.
Pero esta tarde pienso a un costado de este camino largo. Lo más refrescante del verano lleva alucinantes formatos del poco tiempo, un soplo de aire fuerte y luego silencio. No es momento de cerrar edición, nos dolería profundamente que alguien faltara de decir presente.
La tarde lleva corrientes calientes, como retablos de Eolo y después crespones de lluvia, amenazantes. Truena y la gente corre. La noche tiene sueños de lluvia, ríos muy marcados en el mapa subterráneo del cielo. La noche se fue lenta por su puesto, por uno y otro lado de las ventanas.
Tu presencia es un poder increíble en la palma de mi mano. La cierro y la abro. Me explico la vida en un barco que pasa a cada rato, a cada lado del cuerpo, a cada instante del puerto.
La escasa luz colada de estrellas desde lo alto va de extremo a extremo del cuarto, lame las sábanas de la llanura del cuerpo de donde huyen mariposas azules y silvestres. De otro modo un ligero aire se lleva la voz de lo que pienso.
Afuera el día sigue husmeando por las ventanas, pero ahora también te cuelas por las veredas y llegas. Es un privilegio tu existencia de cielo de hechicera del medio evo. Tu espacio es un resguardo de otro siglo, un sortilegio, una restauración del tiempo.
Perteneces a la era boreal de otras constelaciones. Te ha traído la noche con tus ojos de media luna parpadeando conmigo. El siguiente cuadro en tu honor muestra estas inesperadas paredes de lirio y agua, de lago entero en medio de un castillo de fierro.
Por las rejillas donde se cuela el aire me cuelo y salgo a verte a la calle. Pesa el gas, las partículas adyacentes creciendo en el cuerpo de la tierra, respirando. Quiero preguntar por ti por la calle 17. Reconocer cada casa, cada banca, cada café que haya pasado sabiendo tu existencia.
Las goteras me despertaron en medio de la noche y bajé a la quebrada en busca de la brisa fresca. La brisa callada que baja de tus ojos afianza la íntima fortaleza para verte el rostro.
No tarda mucho en verse cómo se apaga el fuego del cielo y llega la enorme oscuridad abarcadora. Saco la palma de la mano y la abro en tus ojos de caparazón, de refugio eterno, de mi soledad arrasada por tus palabras. Y te encuentro.
Esa es la realidad sobre la realidad preguntando por las casas. Acá se han dado heroicas batallas. Hay varios planos gloriosos, contradictorios y ciertos que van siendo aplicados hasta volver el sitio habitable por los remojados fantasmas.
Hay un libro en la mano de tu noche cristalina. Te dedico mis palabras desde mi epifanía de lobo, te dedico mis textos, mi fe inquebrantable.
La noche avanza entre la gente que corre a esconderse. Abrazo un libro interminable y lo comienzo a leer. Hay cierta gloria no reconocida en leer y pensarte al mismo tiempo.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA