(Un paseo rápido por los sórdidos sótanos de la justicia)
Lamont es un nombre de origen nórdico que significa hombre de la ley.
Eurídice es un nombre de origen griego que significa justicia amplia.
El Ministro Justo Lamont va a subir a la suite del JP Marriot de Campos Elíseos en donde lo espera su novia Eurídice Garza, Magistrada del Tribunal Colegiado de Monterrey, a donde la envió, lejos de sus cuñados, sobrinos y demás familiares a quienes instaló en la estructura de los tribunales y juzgados de Guadalajara, de tal manera que quedaran a una distancia unos de otros que le daba mucha tranquilidad. A sus hijos que estudiaron derecho en New York y en Londres los mandó, al mayor, al Tribunal Colegiado en Mérida y al menor, como Magistrado Electoral en el sureste.
El Ministro Lamont sentado en la biblioteca de su casona en Lomas de Chapultepec rememora como salía desde las 6 de la mañana a tomar un camión urbano para llegar a la clase de Introducción al Estudio del Derecho en la Facultad de Jurisprudencia de la universidad pública de su Estado natal. Se acuerda de su primer trabajo en el Juzgado de Distrito como auxiliar administrativo en donde le daban permiso de llegar a las 10 después de salir de clases, recordó como escaló posiciones a base de recomendaciones hasta llegar a ser Juez de Distrito, pensó: “era otro mundo el Poder Judicial hace 40 años”.
La más importante decisión de su carrera la tomó cuando llegó a sus manos el amparo del magnate minero y los abogados de la empresa insinuaron que recibiría una recompensa de muchos millones de pesos, el Dr. Lamont se negó de inmediato argumentando que su sentencia favorable a los intereses de la empresa no tendría ningún costo, con la única condición de conocer personalmente a Don Germán Brillante a quien la decían el Rey Midas, dueño de la minera dedicada a la extracción de oro por métodos cuestionables que impulsaron la orden de cierre de la autoridad.
Justo Lamont recordó que El Rey Midas halagado por su deferencia “no cualquier cabrón le dice que no a un millón de dólares a cambio de conocerme” se convirtió en su protector y su principal impulsor. Amigo de los Presidentes en turno, Don German llevó de la mano al Juez Lamont a subir los peldaños de la escalera del éxito. Lo convirtió en el juzgador favorito de los principales empresarios de México y de los inversionistas extranjeros. Su fortuna personal y su prestigio profesional crecieron exponencialmente y su éxito económico y social estuvo acompañado de su meteórica carrera judicial, Magistrado de los Tribunales, Unitario y Colegiado, Secretario de Acuerdos de la Suprema Corte de Justicia y ¡por fin! Ministro del más alto tribunal.
Parado en el balcón de su departamento en Bal Harbour, al norte de Miami, viendo la inmensidad del Océano Atlantico a donde lleva a la familia de vacaciones, reflexionó en como las cosas empezaron a cambiar de acuerdo a las exigencias de la política al final del siglo XX, el era Presidente de un Tribunal Colegiado, y todos, ministros, magistrados y jueces tuvieron que actuar para proteger todo lo conseguido, se hicieron grandes cambios para adaptarse a los nuevos tiempos, como diría el Principe Tancredi Falconeri “cambiar todo para que todo siga igual”. Hubo que crear un Sistema Civil de Carrera Judicial tan creíble que sus propios integrantes han sido sus defensores gratuitos y sirve sobretodo para mantener a raya a los adversarios y a los comunicadores que se dedican a la búsqueda de escándalos.
Por otro lado, recordó el Ministro Lamont, está lo mejor de todo, el sistema paralelo de las consultorías jurídicas especializadas de toda su confianza y la de sus pares. Las consultorías, esos pequeños tribunales en las sombras que se encargan de poner en contacto a los interesados con la estructura judicial. Una vez que revisan sus antecedentes y la solvencia de los posibles clientes, cuando se llega a un acuerdo económico, la consultoría construye el expediente completo, las demandas y los acuerdos correspondientes y lo pone en manos del personal del Juzgado, el Tribunal o la ponencia de la Suprema Corte, que reciben ese material debidamente encauzado y las resoluciones perfectamente fundadas. La consultoría cobra los cuantiosos honorarios en la proporción y monto que corresponden a la importancia del asunto de que se trate, y se encarga de custodiar y manejar los fondos hasta el momento en que es prudente distribuirlos entre sus beneficiarios, sin olvidar a nadie.
En ese sistema perfecto se atienden asuntos fiscales, administrativos, civiles, los penales desde luego, esos que llaman tanto la atención pero que son tan productivos, y también los asuntos electorales que son la mejor moneda de cambio para negociar con los políticos, su interés de cultivar una buena relación con los integrantes de la Corte, abrió la oportunidad de crear un fondo económico que les garantiza prestaciones extraordinarias aún después de cumplido en tiempo de su servicio mediante la creación de fideicomisos multimillonarios con el dinero de los subejercicios que no se reintegraron a la tesorería de la federación. Ahí nacieron los famosos “haberes de retiro” a los que en un año más Jus, como le decía su mamá, tendrá acceso vitalicio.
El Ministro Lamont, viendo la ciudad iluminada desde su oficina privada en Santa Fe pensó con cierta pesadumbre y una buena dosis de enojo, que todo ese sistema tan bien construido desaparecerá por el frenesí de los demagogos que desde el poder creen que pueden cambiarlo todo en nombre de la democracia, primero el régimen político y social y ahora también el régimen jurídico y el Poder Judicial, porque no tienen ni idea de lo que ha costado crear un sistema tan complejo y tan perfecto, y por ello mismo vale la pena defenderlo a toda costa y en todos los frentes, porque como dijo alguien por ahí, hablando de la corona de Francia “París bien vale una misa”.
POR JESÚS COLLADO MARTÍNEZ