Por el camino de las despedidas hay una que otra bienvenida. Sobre la hojarasca se ha dicho todo. Sobre las olas escribió una canción Jeventino Rosas. Hay poemas para una noche de luna, gente observando las estrellas y maneras de bailar bajo la lluvia.
Nadie es poco ni nadie es demasiado nadie. Las huellas encontradas no encuentran sus pasos, el soplo no encuentra la sopa que enfría solitaria. El espejo no nos deja ver a los demás , ni vernos como somos. En la hora del almuerzo el presente es el pasado de la cena.
Nadie ve las palabras cuando en el viento se van transformando en pequeños monstruos, los escuchas hablan lo que quieren cuando están solos, pero el olvido traicionero los hace decir falsedades, ligeros cambios que dramatizan el diálogo.
Las migraciones más enormes ya dieron la vuelta al planeta y están donde mismo. Todo comienzo es el final de otro. El orgullo es una porción de méritos y otra de medios para creerlo. El piso es parejo cuando andamos descalzos.
Somos lo que decimos. Si repetimos muchas veces una falsedad el mantra nos convierte en lo dicho. Un dicho, una frase no encaja en todas las personas, ni siquiera una palabra tiene dedicatoria para describir a uno, el verbo en sí mismo construye su propia historia y sus propios edificios. Hay ciudades completas que son muestras de ello. Ciudades enteras en donde nadie vive.
El genio nace en los extremos: son los más ingenuos o quienes más saben; para el ingenuo todo es descubrimiento, creatividad, nada parecido a lo que ha inventado la comunidad; el que más sabe tiende a no repetir lo que ya existe, su genialidad desborda el espectáculo admirado por la repetitiva y aburrida sociedad.
Porque todo junto se escribe separado y separado se escribe todo junto. En lo prohibido hay éxito, en lo lejano estamos. Lo absurdo es un paradigma que describe un descubrimiento. La «última vez» es el anuncio más próspero de que habrá más veces.
La utopía no se encuentra en el futuro que no veremos sino en el pasado que no existió. Hay objetos que no existen hasta que nos los muestran, todo el año hay mariposas, mas esperamos la primavera para darnos cuenta y apreciar la mariposa monarca. Una golondrina que no hace verano vino e hizo una parvada de otoños en la ventana.
Hay siempre un consejo esperando del vagabundo propietario del parque cercano, una cancion desconocida en la radio, perritos sin nombre. Hay gente en la calle que nadie ha visto.
Estamos aquí y también allá según quien lo diga. Allá también es acá. Con el tiempo se pierde la noción de la distancia, de la posición entre uno y otro. Por ver lo más lejano, no vemos lo que está cerca, la verdad es que la distancia está en nuestras creencias.
El olvido trata de ocultarnos el recuerdo y entonces queda el puro aire, el silencio desconocido y nuevo. Al pasar, cada día es más viejo y menos vivo y el olvido madura, hay luego cierta eternidad en las palabras pronunciadas, nunca recordadas. Puestas así las palabras se niegan a ser imágenes, la retórica compra un bonche de hojas para retener el agua que escapa de las manos.
Pasa un día como se lee la página de un libro, uno se encuentra perdido en el mundo nuevo y comienza a escribir las frases que estallan sobre una superficie honda y de montañas, uno pasa por encima de las nubes leyendo sus palabras.
El gato en cambio pasa sin pensarlo. El hombre descalzo roza el suelo, casi nada, con el alma, sobre una superficie flota, descubre, el día, la noche y de nuevo escala la escalera de su liturgia con una bandera blanca. Sin calzones.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA