En medio de tómbolas, bombo y platillo, está en marcha el desmantelamiento del Poder Judicial y, semana a semana, iremos conociendo el impacto que esta reforma tendrá en la impartición de justicia y en las actividades públicas y privadas. ¿Cómo actuarán los jueces y magistrados que ya saben que perderán su empleo en nueve meses? ¿Cómo lo harán quienes decidan “hacer campaña”?
Conforme transcurren las primeras semanas del nuevo gobierno se hace cada vez más evidente la necesidad de hacer ajustes importantes en políticas públicas tan relevantes como seguridad, política económica y fiscal.
En primer lugar, se ha presentado ya un boceto de una nueva estrategia de seguridad. Una parte es muy similar a la anterior: “atender a las causas”, sea lo que fuere lo que ello signifique, y redoblar la apuesta por una Guardia Nacional eminentemente militar.
Por otro lado, la nueva estrategia enfatiza una mayor coordinación en el gabinete de seguridad y fortalecer las tareas de inteligencia e investigación. Aplaudir la nueva estrategia implica reconocer que, durante el sexenio pasado, no hubo suficiente coordinación ni suficiente inteligencia. Quienes anticipan mejores resultados por parte del nuevo secretario Omar García Harfuch, implícitamente reconocen que ni Rosa Icela Rodríguez ni Alfonso Durazo hicieron un buen trabajo. Baste recordar que los resultados obtenidos en la Ciudad de México se consiguieron con una policía civil. Sin embargo, ni durante la campaña ni durante la presentación de la nueva estrategia se explicó cómo reconciliar el modelo militarizado con el civil.
En segundo lugar, considere la política económica. Durante las campañas electorales se dijo una y otra vez que el nuevo modelo económico mexicano estaba teniendo resultados sin precedentes: crecimiento sólido, redistribución del ingreso, inversión extranjera sin precedentes.
Apenas el fin de semana, la presidenta Claudia Sheinbaum desdeñó cualquier diálogo directo con representantes de la oposición porque ella se concentrará en dialogar personalmente con “el pueblo de México”. Tres días después, la Presidenta se reunió con un nutrido grupo de empresarios nacionales y extranjeros. Si el modelo económico heredado y la llevada y traída continuidad son tan buena idea, ¿por qué es necesario tranquilizar cada semana a los empresarios e inversionistas?
El crecimiento promedio del PIB del sexenio que concluye no alcanza el uno por ciento, una tasa menor al mediocre crecimiento de los gobiernos neoliberales de las últimas décadas. La justificación más frecuente del gobierno es afirmar que estos pobres resultados se deben a la crisis que representó la pandemia. Sin embargo, este argumento no es suficiente: la pandemia tuvo un impacto global y, sin embargo, otras economías emergentes y Estados Unidos, nuestro principal socio comercial, sí están creciendo a mayores tasas.
En cierta medida, es de esperarse que exista cierta incertidumbre y un bajo crecimiento durante el primer año de un nuevo gobierno. Sin embargo, lo que no es tan esperable es que exista una desaceleración económica en el último año de un sexenio y que haya tanta incertidumbre cuando el mismo partido se mantendrá en el poder.
A pesar de lo anterior, el gobierno saliente y entrante presumen los resultados obtenidos en reducción de pobreza y desigualdad. Lo que no se nos ha explicado aún es cómo lograr que tales avances tan loables sean sostenibles sin un mayor crecimiento económico en el mediano y largo plazo.
El déficit fiscal de este año será el mayor en décadas y el nuevo gobierno ha prometido más transferencias sociales y mayores inversiones públicas. En el corto plazo, es ineludible hacer un ajuste fiscal importante, ya sea reduciendo el gasto o aumentando la recaudación. En el mediano plazo, una reforma fiscal será ineludible.
Finalmente, una mayor inversión privada requiere de un entorno de certeza legal y claridad en las reglas del juego. Sin embargo, el gobierno que ostenta la mayor concentración de poder político en décadas, y que hace un alarde desmantelando al Poder Judicial y debilitando la rendición de cuentas, afirma que no hay nada que temer. ¿Usted le creería?
Por Javier Aparicio