Desde que nací he buscado mi contraparte. Con algunas comas, dos puntos y seguido, acaso un guión, un signo de admiración entre muchos de interrogación emprendí el recorrido a mi punto final.
Así es. El trayecto de la vida es el camino que lleva al final de todas las cosas. Porque todo se acaba cuando se acaba. Nadie queda, todos se van contigo a donde vayas aunque no los veas. Se trata de unir la vida con la otra vida, es una reunión inevitable.
El camino, el único que verás te lleva a la vejez. Antes tendrás que pasar por abajo del arco del triunfo, mil veces por la calle Hidalgo, por la plaza Juárez, la casa del Cabildo, la parroquia de San Judas Tadeo, la antigua cooperativa, la panadería, la escuela Juan B Tijerina, por la tienda de Don Chón, por un Oxxo, por el parque Praxedis Balboa, el Patinadero, la cola de las tortillas, el tianguis de La Paz, el puente de la Moderna, las canchas del estadio
Un sólo camino es el que hay que recorrer hasta el final. De punta a punta aún pareciendo largo corto es. Yo no sé si al volver sobre mis pasos encontraré mis huellas o si de ser posible las podré evitar. Acaso por accidente las pisaría y borraría sin darme cuenta.
Antes tendrás que parir chayotes, darle vuelo a la hilacha, sacarle al parche, fingir demencia, bailar con la más fea en el caso de los hombres, besar sapos en el caso de las mujeres, dejar que te lleven de aguilita, hundirte en el lodo, hacer un pisa y corre, destapar la cloaca, cagarla bien gacho y meter un gol en la cancha propia.
El camino tuvo zig zags y los tiene. Curvas que serpentean peligrosamente por la orilla de una carretera. Cuestas para subir y bajadas peligrosas, resbaladillas, precipicios. Un camino es de tierra y otro de piedras. A lo largo de la vida, uno se tropieza con las desaveniencias, con lo poco, con lo excesivo de un asunto.
Hay carreras y hay tráfico lento, pequeños regresos, pies cansados y pies descalzos. Ahí está el sol que vio pasar a los apóstoles seguir a Jesús de Nazaret. El sol que vio morir al gran Cesar, vio perder y ganar y volver a perder al equipo de casa.
Atrás de mi el camino muere en silencio y desaparece. A un lado del camino un viajero con su viejo beliz espera el autobús. Yo apenas voy saliendo de casa. El oficio del caminante es el camino tranquilamente hecho de largas caminatas.
Yo en el camino encontré la piedra de José Alfredo Giménez, después me dijo un arriero de esos que arrieros somos y en el camino andamos, que no hay que llegar primero sino hay que saber llegar.
La vida es un paso muy sencillo a otra parte, a una “X”, a una terminal de autobuses que va a todas direcciones y cuyo boleto no compraste.
La dirección inexacta es porque aún no la sabes, seguramente el compañero o compañera que viaje contigo te preguntará lo mismo.
Tal vez haya nada como dicen, o que te estén esperando en un comité de bienvenida, pero es verdad, la otra vida es el más allá que desde aquí no alcanza a mirarse.
La noche, si es que es noche, se alinea con los párpados y el sol, si no es sol, es un viejo recuerdo perdido en los ojos.
En las estelas de la ropa, en el fuego del aire, en el fastuoso sueño de los vivos, estás presente todavía como tributo de polvo. En el contexto, morir es un poder de alguna manera, no muere quien no nace, para morir se ha nacido, en los pueblos se nace para eso, para irnos los unos y los otros.
Conforme veo el horizonte veo la montaña que no viene a mi, siento los pasos de Macario perseguir mis palabras. Seguiré la flecha hasta dar en el blanco que yo no puse. Habrá quien arroje la flecha y luego ponga su blanco, asi nadie falla. Yo no fallaré.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA