Doña Rufina dice que le da pena decir su nombre. Y no entiendo, pues para mi es un nombre como cualquier otro, hubo una época en que por ahí iban los nombres de las personas, hasta que empezaron a salir las Jekelin, Jannet, los Brayan. Un tiempo se llenó de Yolandas y otro de Talías.
No lo sé de cierto pero creo me pusieron Rigoberto por aquel cantante que se llamaba Rigoberto Rosales y dice doña Rufina que cantaba muy bonito. Lo escuchaba en la radio.
A doña Rufina, de la colonia Casas Blancas, la encontré en la escuela de la vida que es el microbús que va para la colonia México. Iba en los asientos de atrás y me senté a un lado de ella porque era el único asiento que quedaba.
Pronto noté que llevaba el periódico Expreso en la mano, siendo lo único que llevaba, se me hizo fácil preguntar si es que acaso me leía. “Yo leo todo el periódico oiga”, yo ahí escribo, le dije, “¿y por qué no viene su foto?”, no sé, le dije. Pero yo escribo esas crónicas.
Fue así que del plano cultural llegamos hasta las confidencias: “Mis dos hijos venden el Expreso desde niños, ahora ya están grandes. El que se llama Domingo vende en La Modelo y también vende jaibas. Me salió trabajador el muchacho. Yo le pago el Expreso dos semanas adelantadas para que me lo entregue”.
Y usted cuántos años tiene, si se puede saber. No diré aquí cuántos me dijo. Y agregó “Y este mes voy a cumplir años”, igual que yo, yo también tengo su edad y el próximo mes cumplo años.
Así que éramos de la misma edad, otra coincidencia del destino. Me dijo que su esposo se había quedado en casa lavando ropa y yo imaginé al señor en el lavadero o en un baño de aluminio restregando ropa sobre un tallador de vidrio.
Rufina me dijo que iba para la casa donde trabaja como empleada doméstica. Yo le dije que iba para mi casa porque ahora que recordaba tengo ropa sucia y quiero lavarla antes de que se me junte, ya ve usted cómo son esas cosas doña Rufina. Y lavo a mano, sin tallador. “¿No tiene usted lavadora?” Me preguntó sorprendida. No, a mi siempre me ha gustado lavar a mano pelona.
“Fíjese que yo tengo una técnica muy buena que mi mamá me enseñó para lavar la ropa sin necesidad de desgastarse las manos”. Dígame la técnica doña Rufina, yo me desgasto los nudillos cada que lavo lo de mezclilla, esos son los más canijos. Íbamos en la escuela de la vida y doña Rufina estaba a punto de darme una cátedra de lavar ropa sin chingarme las manos.
En otras ocasiones me han tocado sendos maestros en barrido y trapeado, en hacer un colado, tirar mezcla, maestros en cómo amar a Dios en tierra ajena, cómo encontrar agua entre el monte y hasta cómo encontrarse así mismo . Ahí en ese mueble que avanza zigzagueando por su ruta, de pronto suben y bajan los mejores doctorantes de la existencia y uno no los aprovecha.
“Primero debe usted buscar un envase desechable de Coca-Cola 600, de esos de plástico. Tiene que ser de Coca Cola para que no falle. Enseguida busque un palo de escoba, de esos hay por donde quiera, no va usted a batallar” . Me dijo, como si años después no hubiera batallado bastante para encontrar uno. Y prosiguió : “llene con agua hasta la mitad el envase. Luego meta el palo a presión que después se hinchará y será difícil sacarlo aunque usted quiera. Una vez listo deje la ropa remojando en agua y jabón en una cubeta y luego dele una friega con la botella y el palo, hasta que note que ya soltó toda la mugre y enjuague muy tranquilamente”.
Hasta aquí llegó la clase porque tuve que bajarme, apenas me despedí. “Ahí me saluda en el periódico”, me dijo por último. Ni siquiera le pregunté cómo se almidona la ropa blanca, pero ahí queda para una maestría.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA