¿Qué hemos hecho?, ¿por qué nos arreglamos para salir a la calle y que nadie vea nuestra desnudez? Aparte acomodamos las palabras para hacer creíble nuestro silencio y el dilema de ser o no ser. Cuerpo y alma, inocente, aparentemente sano, ingenuo monstruo que camina entre la gente.
Es así que venimos de todas las ciudades y pueblos lejanos, somos hijos de todas las épocas y hemos cargado con el sinfín de bacterias que conforman nuestro cuerpo, somos un enorme germen, somos el hermano contaminado y roído por el viento.
Los pies conservan el calor de la playa cercana, las piedras picudas del río a unos kilómetros. La llanta ponchada hizo quedara la bici abandonada. Conoces las calles del planeta pues una es como todas, se avecina una tormenta y encuentras una marquesina que anuncia al cantante. Y cantas. Encima, en la torre más alta, las gárgolas de bronce a tiempo se arrojaron al pavimento.
No estamos para saberlo pero los días son autodestrucción, la decadencia ocurre con el último esfuerzo, en el último peldaño sin ver el abismo, y lo único libre es la caída antes del trancazo con el cual se comienza de nuevo a cavar un sueño. Por ello en los techos hay cuadros, rines oxidados, pedacera de block, un segundo piso mil veces imaginado.
Las personas se van sin saber nada de esto que confieso, sacaron sus propias conclusiones en el pizarrón de tiza borrada. Comieron de todo lo que cayera, no creyeron en nada, pero por dentro traían el ejército del mundo a rastras que les dijo al oído: no andes solo por la noche, no comas este veneno o pruébalo y te desvives. Trajeron un perro atrás de ellos y atrás de los perros los abuelos de los perros. Atraparon un pez y un pájaro, llevan un gato en la mano y una hija en la moto.
No estamos solos, el viento nos persigue y nos despeina, atrás vienen las abejas asesinas, el virus de una gripa, el dueño del negocio, la deuda externa, el miedo de otro antes de una guerra que no llega.
No obstante todo comienza aquí y aquí acaba, en el cuerpo. Los hombres jamás sabrán en qué momento nacieron ni en cuál barco se irán después de la guerra.
Y claro, antes de todo nos inventamos el sombrero. Usamos un cinturón, unos zapatos que fueron evolucionando y la bolsa de mano para el mandado y el manejo del pequeño salón de belleza de las señoras eternas.
De una casa pocos muebles quedan de aquel decorado japonés minimalista. En la silla de hierro donde el inventor descansa recuerda las noches y los días.
Los chiquillos que jugaban afuera recogieron sus armas y se guardaron. Han llegado hasta aquí con su respiración agitada y detrás de una oreja traen el tren y el griterío del salón de clases.
El hombre bajo la bata de baño lleva una ojiba y detrás de las orejas escucha una batería descargada en la última guerra que no fue suya. Además de todas las derrotas, el piso resbaladizo le propinó una caída, la piedra dejó una ventana quebrada gracias a lo cual conserva la vida provinciana.
El televisor que va siendo sustituido por las plataformas digitales compite por la nota más espectacular del cosmos. Hay rumores de guerra como dice la Biblia. Encontraron el despojo de un extraterrestre junto a una manzana verde. Hay un pozo muy profundo en alguna parte del mundo. Los científicos cada día encuentran la cura para el cáncer en la cocina, un youtuber gana más que un vendedor de Chía.
Entonces nos calzamos las botas para andar entre el monte, la camisa caqui nuevecita, el casco de béisbol estrellado en el último juego y salimos a batear la última guerra, afuera nos aguardan los muchachos con todo y mascota, muy seguros de que es la revancha y ojalá que así sea.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA