Una célebre frase de Henry Kissinger es “Ser enemigo de Estados Unidos es peligroso, pero ser amigo es fatal”. Lo que se confirma ahora que Donald Trump, presidente electo de los Estados Unidos, reparte trompadas, sobre todo, contra sus “amigos”.
Empecemos por Canadá. Trump declaró que impondría un arancel universal de 25 por ciento a todas las importaciones de su vecino de norte y prontamente el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, se presentó en Mar-a-Lago, la casa de Trump, donde fue tratado de manera humillante. Según Trump este no pudo responder cuando le increpó sobre el apoyo de 200 mil millones de dólares anuales y la protección militar que recibe de los Estados Unidos. Trudeau habría dicho, siempre según Trump, que sin ellos Canadá se desintegraría. Pocos días después Trudeau renunció al puesto de primer ministro y de momento está en esperar que se le designe sucesor.
Trump remachó declarando que el 20 por ciento de su mercado de autos proviene de Canadá y que Estados Unidos no necesita comprar ni ese ni otros productos; lo hace simplemente por ser un buen vecino. Tales “subsidios” solo serían admisibles, dijo, si Canadá se convierte en un Estado más, el número 51, de su país. Algo que no buscaría conseguir por la fuerza, pero si mediante presiones económicas.
Trump también afirmó que necesita adquirir Groenlandia, la isla más grande del mundo, porque es esencial para la seguridad económica y militar norteamericana y para proteger al mundo libre. Puso en duda el derecho legal de Dinamarca sobre la isla, y si este existe, dijo que debe renunciar al mismo. De pasada añadió que Estados Unidos hizo mal en devolver el Canal de Panamá al gobierno de ese país y que ahora, bajo el control de China, según el, las embarcaciones norteamericanas, incluyendo naves militares tienen que pagar sobreprecios. La seguridad norteamericana requiere también el control del Canal. A pregunta expresa Trump contestó que no descarta el posible uso de la fuerza militar y la coerción económica para apoderarse tanto de Groenlandia como del Canal de Panamá.
Mientras sus pretensiones de expansión territorial sobre Canadá, Groenlandia y el Canal son a futuro, por lo menos una de sus exigencias ya impacta a Europa. Desde noviembre Trump y la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Von Der Leyen negociaron la substitución del petróleo y del gas natural ruso que seguía entrando a Europa por tuberías que atraviesan Ucrania. El 20 de diciembre Trump dijo que Europa debe disminuir su déficit de alrededor de 200 mil millones de dólares anuales mediante el incremento de las compras de gas natural licuado norteamericano.
El mismo día, lo que difícilmente es casualidad, Zelensky, el presidente de Ucrania, reiteró que no renovaría los contratos de flujo de gas ruso que expiraban al fin de 2024. El 1 de enero Ucrania suspendió el paso de los energéticos rusos. Importa señalar que la operación de las tuberías y estaciones de control no había sido obstaculizada por Rusia o por Ucrania dado que esta última obtenía gas y cobraba derechos de paso.
Dos días después del anuncio de Zelensky, el 22 de diciembre Robert Fico, presidente de Eslovaquia, viajó de manera inesperada para dialogar en persona con Vladimir Putin, presidente de Rusia. Fico, cuyo país recibía algo más 500 millones de dólares por derechos de paso hacia otros países, amenaza con responderle a Zelensky suspendiendo el flujo de energía eléctrica hacia Ucrania. El 10 de enero Putin ofreció a Fico que buscaría la manera de seguir abasteciendo de gas natural a Eslovaquia.
Fico señala que toda Europa tendrá que pagar precios mucho más altos por el gas licuado y eso profundizará la pérdida de competitividad internacional de los productos europeos. Sobre esto se puede señalar que la anteriormente pujante economía alemana se contrajo 0.3 por ciento en 2023 y 0.1 por ciento en 2024. En el último año su producción industrial cayó en 4.3 por ciento.
Además de comprar mucho más gas licuado norteamericano, mucho más caro y contaminante que el ruso, Trump demanda que Europa multiplique su gasto militar al 5 por ciento de su producto interno bruto. Un gasto que tendría que sustraerse de los programas sociales en un contexto de creciente descontento de la población del continente.
De lo que se trata es que Europa le compre mucho más armamento militar a Estados Unidos. Al pronunciarse por el cese del conflicto en Ucrania Trump parecía distanciarse de los intereses del muy poderoso complejo industrial militar norteamericano, algo arriesgado. Ahora con esta exigencia satisface con creces los intereses de las empresas militares privadas.
Más que ocurrencias disparatadas cabría pensar que Trump y sus asesores, plantean una estrategia de transformación geopolítica y económica global que responde a un real cambio de perspectivas. Trump no es un pacifista; sabe que occidente perdió el conflicto en Ucrania así que decidió transformar la inevitable derrota en un triunfo personal a favor de la paz. Pero en paralelo apoya decididamente la continuación del exterminio o expulsión de los palestinos y la expansión israelita.
El problema de fondo es el surgimiento de nuevos polos de desarrollo tecnológico y producción industrial frente a los que Estados Unidos, severamente desindustrializado, ha dejado de ser competitivo. El declive del dólar como moneda de ahorro y comercio internacionales amenaza la capacidad norteamericana para adquirir mercancías baratas a cambio de una moneda virtual que los demás ahorran sin demandarle producción.
Así que Trump ha decidido politizar su déficit comercial y transitar al dominio directo de grandes espacios con enormes recursos naturales; tal vez tan importantes como los de Rusia. No puede en realidad, al menos en varios años y mediante el libre comercio eliminar su déficit comercial con el resto del mundo. Si podrá, mediante presiones, conseguir que sus aliados le compren más; que el canal de Panamá le ofrezca precios especiales a su comercio y flota naval; que las empresas norteamericanas adquieran posesión de los inmensos recursos naturales, sobre todo energía y tierras raras de Canadá y Groenlandia y adicionalmente controlar las nuevas rutas árticas que se están abriendo por el calentamiento global.
Sus propuestas ponen en jaque la estructura jurídica internacional y es improbable que Estados Unidos adquiera los territorios de Canadá y Groenlandia y retome el Canal de Panamá; en contra es altamente posible que consiga imponer nuevos acuerdos y bases militares y el acceso exclusivo a los enormes recursos de estos territorios y al tránsito del Canal. Su primer paso es el dominio directo de los recursos; lo segundo será el relanzar la investigación tecnológica y la producción interna con bajas de impuestos y múltiples beneficios a las empresas privadas militares, tecnológicas, comerciales e industriales.
Dado que Estados Unidos perdió la supremacía en competitividad y se deteriora su dominio del financiamiento global, Trump simplemente abandona el libre comercio y pasa a la extorsión.
Qué tanto desorden va a generar, y que tan efectiva llegue a ser la estrategia, está por verse.