Advertencia: Por favor leerla con las hijas/os menores de edad que consumen mucho tiempo en las redes sociales.
La “podredumbre cerebral” es el término que mejor captura el estado de nuestras mentes en esta era digital. Bajo la superficie de los memes, los videos de baile y los reels adictivos, estamos presenciando el deterioro de nuestra capacidad cognitiva y emocional, y, con ello, la lenta degradación de nuestra humanidad. Se trata de un cerebro que está siendo reprogramado para no pensar, no recordar, no cuestionar. Y lo peor es que la ciencia lo respalda.
Comencemos por el impacto físico. Investigadores del Instituto Max Planck han demostrado que el uso excesivo de redes sociales se asocia con una reducción de la materia gris en el cerebro, particularmente en el hipocampo y la corteza prefrontal dorsolateral. El hipocampo es crucial para la memoria y el aprendizaje, mientras que la corteza prefrontal es el centro de control de impulsos, toma de decisiones y planificación. Sin estas áreas funcionando de manera óptima, nos convertimos en autómatas que reaccionan a estímulos inmediatos sin procesar las consecuencias. Es como si nuestro cerebro estuviera siendo podado para convertirlo en un esclavo de lo instantáneo.
Por otra parte, las redes sociales están diseñadas para manipular nuestro sistema de recompensas, ese circuito cerebral que libera dopamina cuando experimentamos algo placentero. Cada notificación, cada “like”, cada comentario positivo genera una pequeña explosión química que nos hace sentir bien, pero también nos engancha. Un estudio de la Universidad de California mostró que esta sobreestimulación además de crear una dependencia psicológica similar a la de las drogas, también altera la capacidad del cerebro para experimentar placer en actividades cotidianas. Lo que antes nos emocionaba —un buen libro, una conversación profunda, incluso un paseo— ahora nos parece aburrido en comparación con el flujo constante de estímulos digitales.
Y aquí es donde el problema se agrava. Este sistema de recompensas hiperactivo entrena al cerebro para buscar lo inmediato, lo fácil, lo superficial. Nos volvemos incapaces de tolerar la frustración que implica resolver un problema complejo o reflexionar sobre un tema difícil. Esta incapacidad tiene un costo evidente en la educación: los estudiantes reportan mayores dificultades para concentrarse, leer textos largos o resolver tareas que demandan esfuerzo intelectual. El cerebro está, literalmente, perdiendo su capacidad para trabajar duro.
¿Y los adolescentes? Ellos son las principales víctimas de esta crisis. Sus cerebros, aún en desarrollo, son más plásticos, más moldeables, y, por lo tanto, más vulnerables. Un estudio reciente publicado en Nature Communications reveló que los adolescentes que pasan más de tres horas al día en redes sociales tienen una conectividad reducida entre la corteza prefrontal y el sistema límbico, lo que disminuye su capacidad para controlar emociones y tomar decisiones racionales. En otras palabras, además de estar perdiendo habilidades cognitivas, también herramientas emocionales esenciales para navegar el mundo real.
El impacto emocional es igual de devastador. Según un metanálisis publicado en JAMA Pediatrics, el uso excesivo de redes sociales está asociado con un aumento del 25 % en los síntomas de ansiedad y depresión en adolescentes. Pero no se trata solo de números: estamos hablando de jóvenes que se sienten constantemente inadecuados porque sus vidas reales no se parecen a las versiones idealizadas que ven en línea. La comparación constante, la presión por encajar y la búsqueda de validación digital están creando una generación que se define por su inseguridad y su necesidad de aprobación externa.
Y luego está el golpe final: la pérdida de pensamiento crítico. Un experimento del MIT mostró que los usuarios frecuentes de redes sociales tienen un desempeño significativamente peor en tareas que requieren análisis lógico y resolución de problemas. Nos hemos acostumbrado a procesar fragmentos de información rápida: titulares, memes, videos de diez segundos. Nuestra capacidad de conectar ideas, de reflexionar, de cuestionar, está siendo destruida por una dieta mental basada en contenido basura. Lo que antes era una herramienta para expandir nuestro conocimiento ahora es una máquina que fomenta la ignorancia.
¿Es este un futuro que estamos dispuestos a aceptar? Estamos hablando de una sociedad entera que está perdiendo la capacidad de pensar, de innovar, de imaginar. Si permitimos que esta “podredumbre cerebral” siga avanzando, el precio no será solo individual seremos una especie incapaz de enfrentar los retos complejos de un mundo en crisis.
¿Hay salida? Sí, pero necesitamos consumir menos contenido superficial y más material que nos rete. Necesitamos desconectarnos del flujo constante de dopamina digital y reconectarnos con actividades que nos obliguen a pensar: leer libros, debatir ideas, aprender habilidades. Necesitamos recuperar nuestra capacidad de aburrirnos, porque es en el aburrimiento donde nacen las ideas, donde florece la creatividad.
La pregunta, claro, es si estamos dispuestos a hacerlo. Porque luchar contra la “podredumbre cerebral implica enfrentarnos a nuestra dependencia, a nuestra comodidad, a nuestra apatía. Es recuperar el control de nuestras mentes en un mundo que parece diseñado para arrebatárnoslo. Y si no lo hacemos ahora, ¿cuándo? El tiempo corre, y nuestras neuronas también. Menos face y más book o mejor, menos scroll y más soul. Oraleee!!!
Hasta la vista baby.
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POR DAVID VALLEJO