El hombre aquel se ajustó el saco del traje y vio que efectivamente le quedaba tal como le habían dicho los vendedores del tianguis. Fue al espejo y todo estaba en orden, hasta la tercera vez que se asomó notó algo diferente en su cuerpo, cierto modo que antes no encontraba, una forma de ser que no sabría explicar en ese momento si le preguntaran, era un aire intelectual, un no sé qué de eso que encanta a las personas de cierto rango.
En lugar de Lucas Malverde era con mucho el licenciado Malverde, casi mero egresado de Harvard y sus alrededores, con varios doctorados de los que no hay en el pueblo.
Se había puesto para el caso brillantina Wildrot que por años guardó para una ocasión como esta. Con la mano baja tapó una arruga en la bolsa del traje y con la otra buscó un bolsillo pequeño en el forro hasta que lo encontró y puso ahí el celular frijolito Nokia del año del caldo de los que ya no hay, que bien podría valer una corta en el precio de la historia, pero no lo sé Rick.
Ahora podría, si lo preguntaran, cosa que nadie hizo por supuesto, afirmar con la debida arrogancia para no ser menos que nadie- mirada al frente, frente altiva y orgullosa- que era un intelectual, que de cierta manera había pocos como él en la ciudad.
Pensando todo lo anteriormente pensado salió del hogar lo más pronto posible pues era un desperdicio para la sociedad estar escondido, él con esas condiciones de galán otoñal con aire de sábelo todo.
Lo que se requería de rigor una vez instalado en la calle: era caminar con holgura, con gallardia, muy seguro de si mismo el vato, y como si llevase prisa para evitar saludos innecesarios de personajes que quizás le conocieron en la otra vida antes del traje.
Mas bien- ahora y trajeado y toda la cosa- quería encontrarse con la multitud que lo había denostado, el común que se encontraba y olimpicamente lo ignoraba como si no existiera, quería que lo viera la mamá de una novia que tuvo y que al verle aseguró que Malverde no tenia futuro. Quería restregar las ofensas reiteradas, echarles en cara su poca fe y confianza.
Eso no tan de prisa para dar oportunidad a que una que otra morrilla lo mirara disimuladamente o con admiración si fuese necesario, podría aceptar una selfie si se la pidieran con su mejor pose, ensayada
Con ese viento si alguien de la plabe lo detuviera para hacer una pregunta, el tocería, se aclararía la garganta como para esperar una pregunta más complicada y no esa tan simple que podría ofenderle, en realidad ignoraba una y otra, pero eso no debía saberlo quien osaba preguntar, hacerse famoso por tenerlo cerca e intercambiar unas palabras.
Una vez de vuelta, despojado del traje sintió un inexplicable alivio, volvió a ser el mismo del barrio, el de la banda del moco verde como les decían a los tres vatos que se juntaban con Malverde.
Y claro tenía esta experiencia para contar a sus descendientes si alguna vez los tuviese, recordarán sus días de gloria, no fue un día dirá entonces, sino que él era un hombre de traje que a diario salía a la ciudad para acudir al trabajo que seguramente era para investigar, o como abogado, un individuo de esos que hicieron época y todos envidiaron.
Desde luego habría los contra, la oposición que envidiosa tratase de desprestigiarlo con historias fantasiosas en las que se afirmaba con veemencia que Malverde siempre a estado amolado, por decir lo menos, agregar que había ido descalzo los doce años que estuvo en la primaria Argüelles, hace bastantes años como chorrocientos.
En soledad se deshizo de todos los trapos y se despojó sonriendo del Licenciado Malverde. Se tiró en la cama y pensó que mañana buscaría trabajo, este había sido un ensayo, la pediría de patrón, de director de algo, de jefe de todos, uno nunca sabe.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA