Las calles son presencias existenciales, enigmáticos sucesos de la vida cotidiana ; pero también son migajas, pedazos idos, son viejos y nuevos pensamientos.
Mas el pensamiento guardado es poco y uno cree que es mucho. Por el contrario el olvido acumulado de un ser humano- si se materializara- no cabría en el mundo. Incluso la más moderna de las actuales computadoras con toda la tecnología de punta no podría contener el pensamiento ampliado e integral de una sola persona.
El pensamiento no sólo conserva las imágenes y el video de los acontecimientos sino también lo que se piensa o lo que se cree acerca de ellos en las múltiples opciones, en las miles de posibilidades que rondan un instante efímero del cerebro.
Por eso, para saber lo que un sujeto está pensando, ahí les encargo: De pronto es una idea, luego un retazo de lo dicho, una copia de otros. El pensamiento- tal como lo impredecible de la actuación de la vida cotidiana- no cuenta con el patrón del tiempo, a cualquier hora ocurre y se piensa una tontería a la hora ejecutiva en una mesa redonda, en la junta más importante de la empresa.
Vas en otra cosas y recuerdas, se te antoja, deseas, sientes, quieres ir más rápido, te molestas contigo mismo y todo es pensamiento. Piensas en el mandado de la semana, en la morra, en la canción favorita, en lo que dijo fulano y zutano y les respondes pensando.
El pensamiento es nuestro dialecto personal. Los libros detienen las paredes, abren las puertas y las olvidan, secan las plantas gramaticales de los pies desnudos; en el recitar retórico de los pensamientos, es difícil elegir un amigo. Los libros son el pasatiempo favorito de los pensamientos.
Es pensamiento lo que no vemos, cosa extraña, aparatito invisible y rebelde, minúsculos gramos del reloj antes de tiempo, pasado meridiano, atrás del sol, donde se mueve la sombra, el reflejo de la casa, en el patio, por dondequiera.
En la delgadez de un destello de hilo de telaraña, ciprés pequeño es la nada, en el sublime recuerdo, uno es a la vez memoria que alucina y piensa, y la riega.
El pensamiento es inexplicable, ¿por qué mejor no esto y lo otro?, ¿por qué mejor no memoria guardada?, y luego sobre una mesa dejadas las manos que salga, que comience el retomar las manos, que vea de reojo la calle, la paloma que pasa.
El pensamiento recrea las palabras para que no se abstengan, para ponerlas ante la mirada de otras palabras, destinadas a que se hablen entre ellas.
El pensamiento es momento injusto, repentino y manifiesto, involuntario en el espacio abierto del frente de batalla, ese no saber nada y lo que no lo invento, el viejo pensamiento.
Pienso, luego muero. Por el centro de un espacio, en las medias palabras, mucho antes de una frase sale el loco pensamiento que se va por otra calle, si es que algo son, nadie lo alcanza, es un silencio, casi un sentimiento que crece en la hierba de las miradas.
Pienso, luego pienso. La vida es pensamiento rústico, un requiebro para despotricar en un texto, luego escribo.
En lo alto de una hora, el ciclo de los días pertrechos en el cuerpo, en la cabizbaja concesión de Borges, de la academia sueca deplorada por el premio nobel, la cicuta de los manifiestos encontrados es un vuelo muy lejos.
La hora de los libros bilógicos atraídos en los espejos es el pensamiento. Mucho del Faulkner, de Machado, de la superstición francesa de Valery, como quien muere antes y luego, muchos años después de que recibe el sueño.
Más que la obra, el estilo de pensar es prosa rumiante en la boca, en los mismos abrevaderos salados de un puente que conduce al infierno y a la gloria.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA