Si no hablas, con permanecer callado notarán tu espectadora presencia. Un monolito espectacular que brota del silencio y va a estamparse en la algarabía de los parroquianos. El contraste llama la atención de inmediato, la curiosidad carcome los intereses de los gatos: ¿Qué estará pensando ese individuo misterioso?
Si no hablas nadie sabrá dónde habitas, en cuáles habitaciones benditas o malditas publicas tus palabras. Cualquier movimiento absurdo entonces, cualquier gesto de la cara dirá algo a los feroces comenzales que desean arrancar las palabras de tu cuerpo. Cualquier movimiento resultaría en la ofensa, una mirada podría celebrar un hecho extraordinario, una oportunidad para el morbo del resto ¿A quién mira, por qué tanto interés?
A pesar de todo es tu casa, esto no es nada, aquí vives en la zona de estragos, en la loma de los disparos, en el fuego del agua hirviendo en la estufa, con el reflejo rápido de un tren desviado en otro continente con sabor a café, en una máquina que es doblemente expreso, media de azúcar por favor, pero se puede pedir más oscuro, como la noche muy en serio.
Con hablar también escribes una carta que lees por la tarde y a cada instante la interpretación de los escuchas cambia dramáticamente según el sistema decimal, los parámetros, los paradigmas y el sentimiento de los vecinos. Al final es duro suscribirte de tu parte, la contra parte cambió hasta tu contraseña del Facebook, lo que realmente dijiste viaja, se detiene, responde a preguntas que no escuchas.
Por eso callar es igual que decir lo necesario. Callas y el cuestionario del mundo te envía las preguntas. Los emisarios desean saber cómo haces para cumplir con el derecho a permanecer callado sabiendo que lo que digas puede ser usado en tu contra.
Traes libertad para ir sin esfuerzo o sin venir quedarte atorado viendo una puerta cerrada, escuchándote y te escuchas solo, y mientras alguien te define en la ciudad, en el comercio local eres un aparador inverso que se busca, una línea muy delgada entre la oferta y la demanda con demaciadas palabras.
Eres libre porque la palabra existe, pero tú sí existes en la realidad. Tu plan es quitarte de en medio, ocupar el frente, vagar por la orilla, perfilar un proyecto, despedazar la suerte, sacar a pasear al perro imaginario, imaginar e imaginarte por un momento dar el discurso sin público, sin bostezos, sin ganas de salirte del auditorio.
Tienes libertad para ir y no vas, quieres decir y no dices, nadie te contrata para encontrarte en la esquina, o saber saludar en la mesa del protocolo aburrido, como una zona de scrimmage oliendo a naftalina.
De un lado a otro hay metros, centímetros cuadrados, libres poetas con el cabello suelto, durante meses en cada mes que escribes, en los reposos de los dedos sobre un pasado que viene, y un atardecer que amanece, sin odios escribes esta farsa.
La palabra que no dijiste era para saber lo que hay atrás de una taza de café, dedicarte a ver el vapor de un crucero de piernas y hacer un poema, uno poquito con la imagen de lo que no puede ser.
A lo lejos eres visto en la ciudad en un juego de luces artificiales. En retrospectiva de un pensamiento, en la marquesina que no entiendes, que prende y apaga los nombres, en esa otra nación que dejas al cerrar los ojos y apagar las luces de los focos, de los postes de la continuidad, por fin eres el mismo.
Hablar es salir del cuerpo, salir del cuarto al mundo. Salir es salir. Afuera puedes decir y desdecirte, mover y deshacerte. Cada palabra se dice y se repite, la usan mucho las personas, son un juego de locos que no se entienden, un vago intento de vivir somos. La decadencia comenzará en cuanto nos entendamos. El caos nos habilita para seguir viviendo, para seguir necesitándonos.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA