CIUDAD VICTORIA, TAM.- Tal y como ha ocurrido cada mañana, desde hace seis décadas, Don Rogelio llega puntual y con una sonrisa a realizar su mayor pasión, la de ser panadero. Como primer punto, saluda a Pedrito, su chalán, joven que en sus ratos libres acude para aprender el oficio de un verdadero maestro tahonero.
“Aquí desde que llegas hay que darle sin detenerse, aquí no hay que esperar a que te ayuden, ni que te anden carreteando, yo siempre hago este trabajo por el gusto y cada día busco que me quede mejor”, confiesa mientras se acomoda su gorro de papel.
Efectuaron la limpieza del área donde comenzarían a elaborar las piezas de pan y el maestro le contó a Pedro que “Yo tenía tu edad cuando comencé, mi primo trabajaba con Tilano Fuentes en Victoria, luego se independizó y mi abuelo tenía un solar en el 21- Conrado Castillo y Olivia Ramírez, ahí puso un horno y mi primo se puso a trabajar; yo me acerqué y me invitó, terminé la primaria y me llevó a trabajar con él”.
“Allá a las tres de la mañana se levantaban, se me revolvía el estómago (de la desvelada), mi jefa me veía y me decía que me regresara con ella, pero yo no me rajaba y todavía no me rajo. Esto no es fácil, es mucho sacrificio, se necesita mucho amor al trabajo, hacerlo bien y ser limpio. La clave es la forma de trabajar la masa, hay que saberla acariciar”, asegura sonriendo, y Pedro escuchaba con atención cada palabra.
Era 1965 y el hijo menor de Francisco Uresti, uno de los fundadores del ejido Alto de Caballeros y Juana Martínez, ya “tomaba clases” de repostería artesanal con el maestro Plata, originario de Linares, Nuevo León, “Él fue el primero que me enseñó, él hacía el pan y yo se lo horneaba, luego Javier Quilantán me dio mis ultimas enseñanzas y ahí comencé a darle”.
Para muchas personas, el producto que se elabora en la “Panadería Uresti”, es el mejor de la región, y es que “Se hace pieza por pieza, con mucho cuidado y cariño, es por el gusto de hacerlo y más gusto me da que le gusta a la gente y en dos horas se acaba, ya la gente me ve como familia”, comparte, mientras fija su mirada en el rincón donde “Se sentaba mi abuelo a verme trabajar, aquí convivía mucho conmigo, fumaba cigarros argentinos, sin boquilla, era fifí…”.
Aparece en la escena el delicioso olor que despide el horno de leña, pues están en proceso los espectaculares cuellos, pemoles, marranitos, bisquets y hojarascas; también comienzan a arribar los clientes para esperar a que salgan las primeras piezas y comprar.
“LA NEGRITA” URESTI: FIGURA DEL BOXEO
El pan comienza a salir y las anécdotas en el oficio siguen fluyendo. “En las panaderías siempre hay guantes de boxeo, en la que trabajaba yo había un compañero con el que me los ponía y me pegaba bastante, de ahí me creé el hábito. Luego me fui a los barrios, en el 21 se juntaba la raza, iba y me ponía los guantes. No tenía coraje, yo peleaba por gusto, disfrutaba que me tiraban y no me pegaban, escuchaba a la gente coómo se emocionaba cuando hacía que fallara el rival”.
Comenzó a correrse la voz sobre lo bueno que resultó Rogelio para “el trompo”; fue tanto el éxito que cuando peleaba, se juntaban las familias de Caballeros y los ejidos cercanos, para organizarse en caravana y acudir juntos a apoyar a “La Negrita”. Por cierto, el más orgulloso, era Don Francisco, su padre.
“Sólo una vez me tumbaron, fue en Monterrey, fue el viejito Estrada, yo no tenía ambición por subir, era por puro amor, conocí mucha gente, como a Don José Sulaimán, pero decidí retirarme a tiempo, hoy estoy sin lesiones, me retiré con 20 peleas ganadas y sólo cuatro perdidas”.
“Da gusto ver que me fui por el lado correcto, el de servirle a la gente; yo con vivir y hacer el trabajo bien soy feliz, no sé si me levantaré mañana, por eso disfruto todos los días y hago todo como si fuera el último día, sé que todo tiene su tiempo, pero yo lo que digo es que si me muero y vuelvo a nacer, panadero quiero ser”.
POR DANIEL RÍOS