6 diciembre, 2025

6 diciembre, 2025

No habitamos Ciudad Victoria, Victoria nos habita

RETÓRICA / MARIO FLORES PEDRAZA

Las ciudades tienen una dinámica propia, Ciudad Victoria tiene su dinámica propia, un ritmo que solo quien vive aquí entiende. No basta con recorrer sus calles o conocer sus monumentos para comprender su esencia; hace falta compartir su tiempo, adaptarse a sus rutinas, aprender sus códigos no escritos. Cada ciudad es un universo en sí mismo, con relaciones particulares entre la situación laboral, gastronomía, turismo, clases sociales, y arraigo generacional. Un visitante puede admirar la arquitectura de un barrio antiguo, pero solo un local sabe en qué cafetería aún se mantiene la receta original de un café que ha pasado por generaciones.

El que vive en Victoria entiende porque las flautas son de harina, porque se le grita liguillero al que solo va en liguilla al Corre mientras se come unos del “quepasó”, lo que es ir a los Troncones o Altas Cumbres, los tesoros escondidos en los diferentes tacos mañaneros que ofrece la ciudad, toparse con Shrek en un semáforo o platicar con Caramaco. Comprende las diferencias sutiles entre los barrios, cómo una simple avenida puede marcar un cambio en el nivel socioeconómico, cómo una tradición que parece insignificante para otros es un símbolo de identidad para los habitantes.

El arraigo es otra característica que solo entiende quien ha crecido en un lugar. La panadería donde su abuela compraba el pan, el parque donde aprendió a andar en bicicleta, el cine que cerró pero sigue vivo en la memoria de quienes lo frecuentaban. Las ciudades no son entes estáticos; cambian, se transforman, pero llevan consigo la huella de quienes las han habitado. Los relatos de generaciones anteriores construyen la identidad de un sitio, y quien ignora esta historia se pierde de una parte esencial de la experiencia de vivir allí.

Conocer la dinámica particular de nuestra ciudad nos ayuda a entender las razones detrás de sus problemas y sus virtudes. Nos permite tomar decisiones más informadas sobre su futuro y defender sus valores cuando es necesario. También nos da una identidad compartida que trasciende lo individual y nos integra en un colectivo con memoria y propósito.

Si desconocemos nuestra ciudad, si no comprendemos sus ritmos y particularidades, corremos el riesgo de habitarla como extraños, de ser meros transeúntes en un lugar sin historia ni sentido. Pero si nos involucramos, si entendemos su dinámica, aprendemos a apreciarla y a formar parte activa de su evolución. Porque al final, no solo vivimos en la ciudad: ella también vive en nosotros.

POR MARIO FLORES PEDRAZA

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