27 marzo, 2025

27 marzo, 2025

El derecho del más fuerte

RETÓRICA / MARIO FLORES PEDRAZA

Desde tiempos inmemoriales, la humanidad ha intentado justificar la existencia de un derecho natural, un conjunto de principios inalienables que pertenecen a todo ser humano por el simple hecho de existir. Se dice que este derecho es universal, que nadie puede arrebatárnoslo. Sin embargo, la realidad ha demostrado lo contrario: el derecho natural solo existe para aquellos que tienen poder, armas y la capacidad de imponerse. Para los demás, solo queda el derecho positivo, el que redactan los vencedores y se impone a los débiles.

La historia es un desfile de imperios que han sometido a los más débiles con la fuerza bruta. Desde Roma hasta las potencias contemporáneas, los grandes Estados han decidido qué es legítimo y qué no. Hoy, los países más poderosos proclaman su respeto por los derechos humanos y la soberanía de las naciones, pero en la práctica, los principios jurídicos se doblegan ante la geopolítica. ¿De qué le sirve el derecho internacional a una nación sin ejército ni influencia? Si un país carece de armas nucleares o una economía fuerte, su voz en el concierto global es apenas un murmullo.

Ejemplos sobran. Las naciones con arsenales nucleares pueden violar tratados, invadir países y sostener guerras de ocupación sin que haya consecuencias reales. Mientras tanto, los países pequeños y sin poderío militar son sometidos a sanciones, bloqueos o intervenciones armadas si no siguen las reglas del juego impuestas por los más fuertes. Así, el derecho natural que algunos defienden con fervor no es más que una ilusión, una excusa moralista que solo se aplica cuando conviene.

Lo que realmente rige el mundo es el derecho del más fuerte. Las instituciones internacionales pueden condenar, los académicos pueden debatir, pero al final del día, quien tiene el poder impone su voluntad. La única manera de que un país tenga verdadero derecho es que posea la capacidad de defenderlo. Sin armas, sin disuasión, sin influencia, una nación no tiene más que acatar las reglas del juego diseñadas por quienes sí tienen la capacidad de romperlas.

El derecho natural, en su concepción más pura, nunca ha sido una garantía universal. Es un privilegio reservado a quienes pueden respaldarlo con fuerza. El resto del mundo solo puede aspirar a lo que le permitan.

POR MARIO FLORES PEDRAZA

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