5 diciembre, 2025

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El niño que todavía no conocía el hielo 

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

Si las fotos hablaran hablarían de lo que vieron de nosotros, de cómo nos vio y cuál fue el asombro que nos erizó los cabellos cuando la tomamos, viviendo con intensidad aquel momento. Entonces recordariamos a los compañeros que no salieron en la imagen y también a los que se fueron, a quienes viven cerca de la casa o cambiaron de pueblo. 

La fotografía detiene el tiempo y a partir de ahí una larga fila de espectadores se forma como en el cine para observarle, cada uno verá lo que desea ver, cada cual verá una película diferente. 

El poder de la interpretación de una foto varía de una persona a otra, de un colectivo a otro, de un tiempo dado a la fecha y es la fotografía y su circunstancia la que define el criterio para ser observada. Una foto que hoy no vale nada, mañana podrá tener un gran precio; si hoy luce abandonada como una muñeca de trapo, mañana podría ser preponderante en el mejor museo del mundo. 

Las condiciones cambian. Sin embargo con todo y que la tecnología ha dado importante aportación al arte fotográfico, y esto es real, el arte avanza en ambos sentidos : hacia la sencillez de una toma en la definición de cualquier celular y en sentido contrario rumbo a la resolución amplia y cumplida de un espectáculo documental. En otras palabras, la modernidad de la tecnología no lo es todo para el arte. 

El lenguaje de la fotografía tiene que ver con la disposición de los objetos y en su caso de las personas, con la intención de ellas y el desparpajo, con leves accidentes de lo inesperado. Por eso el vestuario clásico, el colorido dominante tienen que leerse, asi como el lugar que ocupan en la composición , ya sea la sala, el comedor o el patio tracero. Los planos, el fondo, el punto de luz y contraluz, la fuga, ofrecen como en el mercado la posibilidad de ser visto con la magia del gusto o de total rechazo.

La fotografía ofrece santo y seña de un individuo o un grupo de personas: dice que el protagonista principal vivía en un barrio de casas cúbicas, de ladrillo semejantes a las de la Colonia Mainero, con esquinas sin árboles donde había una tiendita, era un barrio periférico que poco a poco fue modernizado. 

En la fotografía están los ruidos atrás de la imagen, se escucha cómo una podadora poda el césped, se siente el fresco y el olor suave de la humedad. De ser posible la fotografía te recuerda un cumpleaños, a otra persona que nada que ver con la foto, en el inconsciente cada mirón acepta y rechaza su memoria histórica. 

La historia narra la vida de la fotografía y del fotógrafo. Un tiempo el fotógrafo gozaba de gran importancia, lo es hoy pero de distinta manera. Un día se corría el rumor de que al pueblo llegaría el fotógrafo. Este debía ser un tipo de boina con una gran maleta de cuero y una gabardina amplia aunque en el pueblo nunca lloviera. 

La gente se preparaba para la foto que muchos años después les recordara ese momento. El alcalde y sus funcionarios elegirán un lugar estratégico del patio de la alcaldía junto al lábaro patrio, para este caso. En las casas el escenario tendría que estar rodeado de geranios y gladiolas rosas, rosadas y moradas, traídas del África por si no se daban. 

Cuando estaba todo listo alguien, nunca se sabe quien, sugería una sonrisa colgate. El fotógrafo se había metido bajo un manto negro del tripié que sostenía la enorme cámara. Los niños lo andaban buscando. De pronto como un dragón una gran llamarada iluminaba aquel universo y detenía el tiempo. La gente esperaba impaciente unos días para que en daguerrotipo se imprimiera el acontecimiento. 

Muchos años después recordaríamos en la foto – ya viejos- al niño de seis años, aquel de pantalones cortos que todavía no conocía el hielo.  

HASTA PRONTO 

POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

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