5 diciembre, 2025

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Diario de los frijoles negros

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

Muchos días han pasado desde que se inventó el planeta. Hemos dado vueltas sobre el cuerpo de tierra y agua, hemos al mismo tiempo dado vueltas al astro rey que nos mantiene con vida.

Como a Alfonso Reyes, sin saberlo de niños nos siguió el sol. Los antepasados le nombraron Dios, aparecía en calendarios de piedra. Ya grandes usamos bloqueador y no pocos intentan tapar el sol con un dedo.

Este día sin embargo nació alguien, algo se inventa, viajan dos personas contentas antes de que oscurezca, los días sucesivos terminaron en este instante en el cual voy escribiendo como quien marca el paso del tiempo inutilmente.

Es mi hora de escribir, el momento correcto de sacar lo que traigo adentro. Pero es también la de todos aquellos los que conjugan los verbos conmigo, y están pensando, pendientes de esto y de lo otro desde que nacieron.

Sentado escribo en una tablet sobre la mesa, respiro el aire de a gratis sin darle una página, la respiración no obstante es más importante que las letras, puedo decir un mundo alrededor de la respiración y del aire con un tanto de oxígeno, incluso debo ser consiente que existo.

En el centro de una ciudad completa, sin dramas he sido, creo yo, un modesto ciudadano. Más para acá que para allá, escribo desde luego en el aire antes de que la letra ya desarrollada se arrepienta y no caiga en la tecla. Esa es la cuestión, habrá otras mil maneras de contredecirme o de decir lo mismo sin justificación. 

Mas tarde me envolveré en toallas y sábanas, o quizás me recostaré, pienso en eso para simular que pienso en la agenda fantasiosa de mi día. Escucho las campanas de la catedral dando las doce, hace mucho las da, con sus periodos de interrupciones. He estado aquí desde entonces.

El jueves tiene silencios y halgazaras, la lucha por la sobrevivencia continúa por las calles y se mete a las casas. Tratando de rescatar un pedazo de tedio antes del sueño, un hombre se sienta en la banca a ver la nada y de repente pasa una muchacha. Y la vida sigue, el hombre cruza los brazos y su imaginación vuela un rato, luego vuelve como una paloma en descenso.

Supongo que en mi ceguera de cerrar los ojos lo he creado todo sin mucho sentido que digamos, de un parpadeo despierto y no hay nada. Desapareció el pensamiento que pensaba, lo que iba a escribir partió, se difuminó en el mismo espacio, en el éter donde respiro. Escribir conlleva esa frustración, aunque de pronto el olvido nos volvió memoriosos.

El día a mediodía luce fresco, todavía no es arrojado a la hoguera que es el verano, los árboles recuperan el verde dominante. Una docena de muchachas y muchachos llevan mochilas con sueños dorados. Una docena de urracas comparten el cielo con gorriones y con palomas que dan vueltas en círculos y se apropiaron de las cornisas de los edificios. 

Sobre una nube de humo se desplaza el día, huele a mar profundo, a río atacado por cocodrilos, a playa desierta, huele a chorizo con huevo, a naranja de Santa Egracia y limones de Llera, a tuna de Miquihuana y cuera de Tula. El humo lleva vestigios de la leña qué cosieron los frijoles negros de Abasolo y los alrededores, lleva aguardiente, tos de los más viejos, tierra negra, cigarros sueltos. 

Emulando a Montaigne suelo darme un reposo y solo, permito que el espíritu en plena libertad como un caballo sin jinete recorra diferentes caminos. Ahí veo mis karmas. Ignoro si el segundo tiempo de mi existencia sea karma, y como he sido blanco y negro no le temo. A lo mejor queriendo repito algunos extremos que me trajeron a este jueves en que escribo a la hora del angelus.

HASTA PRONTO 

POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

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