El nacionalismo ha sido uno de los motores más poderosos en la historia. Desde su surgimiento en los siglos XVIII y XIX hasta su impacto en el siglo XXI, ha transformado sociedades y marcado el destino de naciones. Sin embargo, en un mundo interconectado por la globalización, la tecnología y problemas como el crimen organizado y el consumismo, el nacionalismo enfrenta retos que cuestionan su viabilidad.
Su inicio
El nacionalismo moderno nació con la Ilustración y la Revolución Francesa (1789), promoviendo la idea de que la soberanía debía recaer en la nación, no en los monarcas. El concepto de nación, entendido como una comunidad con cultura e identidad compartida, se consolidó en el siglo XIX con la unificación de Alemania (1871) e Italia (1861-1870), lideradas por Otto von Bismarck y Giuseppe Garibaldi.
Las guerras napoleónicas (1803-1815) despertaron sentimientos nacionalistas en países ocupados como España y Rusia, que resistieron para defender su identidad. En América Latina, Simón Bolívar y José de San Martín encabezaron movimientos independentistas, buscando romper lazos coloniales y construir naciones soberanas.
Siglo XX: Entre la Identidad y la Destrucción
El nacionalismo cobró fuerza en el siglo XX. Fue clave en la autodeterminación de los pueblos colonizados en Asia y África tras la Segunda Guerra Mundial, con líderes como Mahatma Gandhi en India o Kwame Nkrumah en Ghana. Sin embargo, también fue responsable de tragedias devastadoras. En su versión extrema, impulsó el fascismo y el nazismo en Europa, desembocando en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
En la Guerra Fría, los nacionalismos se manifestaron en conflictos de independencia y en rivalidades ideológicas, como la división de Corea y Vietnam. Tras la caída de la Unión Soviética (1991), resurgió con conflictos en los Balcanes y el Cáucaso. Al mismo tiempo, movimientos independentistas en Cataluña, Escocia y el País Vasco tomaron fuerza en Europa, demostrando que la cuestión nacionalista seguía vigente.
Siglo XXI: Globalización, Crisis y Nuevos Desafíos
Hoy en día, el nacionalismo enfrenta una realidad compleja. La globalización ha interconectado a las naciones a niveles sin precedentes, pero también ha generado desigualdad económica y el desplazamiento de industrias locales, alimentando discursos nacionalistas.
Eventos como el Brexit (2016), la política «America First» de Donald Trump y el auge de líderes nacionalistas en Europa, India y Brasil evidencian que el nacionalismo sigue siendo una fuerza política poderosa. Sin embargo, en muchos casos, su uso responde más a estrategias de poder que a una verdadera búsqueda del bienestar nacional.
El Consumismo y el Crimen Organizado como Nuevas Variables del Nacionalismo
El consumismo, impulsado por el capitalismo globalizado, ha generado una homogeneización cultural que, paradójicamente, choca con el nacionalismo. Mientras las grandes corporaciones imponen un modelo de vida basado en la acumulación y el consumo, los movimientos nacionalistas intentan preservar identidades locales, muchas veces sin éxito lo que eventualmente traerá una modificación en el modelo de la economía de
mercado.
Por otro lado, el crimen organizado representa un desafío que trasciende las fronteras nacionales. Cárteles de drogas, tráfico de armas y redes de trata de personas operan a nivel global, debilitando el concepto de Estado-Nación. Países como México han sufrido las consecuencias de estos fenómenos, donde el nacionalismo es usado como retórica política, pero en la práctica, la violencia y la corrupción superan cualquier intención de
fortalecimiento nacional.
La Última Advertencia
El nacionalismo ha sido clave en la historia, pero hoy su aplicación extrema se ha convertido en un arma de destrucción política y social. Trump ha promovido la idea de una nación aislada y proteccionista, mientras Putin utiliza el nacionalismo como justificación para invadir y expandir su influencia. En ambos casos, el discurso nacionalista no es más que un pretexto para la confrontación y el poder.
Vivimos en un mundo interdependiente. Las crisis climáticas, pandemias, el crimen organizado y la dependencia tecnológica han demostrado que ningún país puede enfrentar estos desafíos solo. Pero si seguimos priorizando el nacionalismo agresivo sobre la cooperación, nos dirigimos a una nueva era de conflictos devastadores.
La historia ya nos ha mostrado las consecuencias del nacionalismo descontrolado: guerras, genocidios y crisis económicas. Si la humanidad no reconoce esta interdependencia, corremos el riesgo de caer en una espiral de destrucción que podría llevarnos a la sexta extinción masiva. La pregunta ya no es si podemos evitarlo, sino si tendremos la voluntad de hacerlo antes de que sea demasiado tarde.