2 junio, 2025

2 junio, 2025

Yo sólo sé que no he cenado 

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

Tengo miedo salir a las calles de Victoria y encontrarme con un influencer. Cada vez hay más personas, jóvenes principalmente, abordando al respetable con un tema y con otro. Temo encontrarme uno de vote pronto y que no me dé tiempo a Don Luis Soltar o a ponerle Jorge al niño. Subiré a un árbol y desde ahí veré el paso inesperado de la gente, el inagotable elixir del palpitar de una ave, las aventuras de Simbad el mareado. 

Yo que navego por el centro de la ciudad, desde hace días ando como a salto de mata con el alma en un hilo, con ese trauma de que llegue un influencer con tres que lo siguen en TikTok y me haga caer en el ridículo haciéndome viral para el resto del mundo y de las redes sociales. 

Uno de ellos, nunca se sabría cual, podría abordar mi estado de ánimo y hacer unas cuentas preguntas hasta las lágrimas, o comprometer mi honorabilidad, mi honestidad y mi desgarrada cultura. Podría hacerse viral el hecho socrático, tan evidente en mi, de que yo sólo sé que no he cenado, y que sea cierto. De ser así, solicito que nadie me recuerde.

Los YouTuber andan en las gorditas más inesperadas de la ciudad, luego piden que toda la banda vaya a consumirlas, los tiktokers andan por la central camionera y ahora mismo en vivo otros transmiten las famosas flautas soñadas y los tacos de la estación que no es estación. A esta redacción reportan que anda un feisbukero en el juego del Corre, nadie sabe qué quiere, la gente les pide que peguen block, saquen agua de un pozo, descubran el hilo negro. Pero nadie hace nada. 

Voy corriendo, pues un sujeto, celular, artefacto y micrófono en mano, pide diga unas palabras y calle otras para consentir a su público que estará encioso por escucharlas para agarrarlas de botana y que de ahi surga el señor de la botana. 

Si un influencer me lo pregunta al calor de un ambiente, no sé cual y depende, voy a cantinflear, la voy a cagar, saldrá una mentirilla o, por qué no, la cruel realidad: le diré sin explicaciones que en Victoria las flautas son de harina. Saldrá del alma una confesión de parte, para el relevo de pruebas, diría lo que nunca nadie dijo o caeré en el lugar común de los comunes.

Claro que los influencer son gambusinos modernos, buscadores de likes que los hará millonarios, aunque los he visto ir a todas sin discriminar a nadie, no creo que me topen, a veces creo que no valgo tres varos. Podría ser yo aquel que dijo no valer tres varos, el hombre más flaco del mundo, el más olvidadizo, pero no creo que interese a alguien. Podría tener efecto contrario y caerle gordo al mundo y eso neta a mi me vale máuser. Gracias a sujetos como yo, debe haber miles de influencers frustrados. 

No quieres encontrarte a un influencer y en casa hay uno en potencia, subes la loma y arrivederci hay chingos, bajas y es lo mismo, subes a un Uber y quien maneja es uno de ellos, abajo de una piedra hay, en el cine adentro y afuera por si no gustó la Premiere, levantas el colchón y hay un tipo escondido, te duermes y en el sueño eres uno de ellos. 

El mundo fue distinto antes de las redes sociales. Hoy cada teléfono móvil tiene ojos y oídos para el mundo. Atrás van posibles protagonistas de una selfie, exploradores del universo, guapas mujeres, hombres bien feos, chavorrucos, conversadores eternos, reporteros, cantantes de corridos tumbados, reggaetoneros de rumbo, jóvenes sin permiso para onlyfan,

Con el tiempo y poca experiencia usted he podido identificarlos entre la concurrencia y claro que mejor los hice mis amigos; cada uno de ellos escoge el estilo, el luck diferente y extrafalaria, la vestimenta informal si es posible de marca. Nunca un traje sastre pues podrían confundirlo con el morro que se va a casar o con el oficinista del barrio y pues tan tan.

HASTA PRONTO 

POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

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