El ruido es un objeto extraño en el aire. Adentro del arte, el ruido destartala el poema, la pintura se mancha, la puerta rechina, la bailarina pierde el paso encima del cisne y el actor olvida el reparto.
Cuando la noche calla se escuchan los ruidos más insospechados, quien pone atención se escucha a si mismo. El cuerpo no sabe guardar silencio mientras está vivo y se mueve. Cuando hace aire parece ser que el ruido mueve las hojas de los árboles. Abajo en los zacatales y yerbajos los insectos inventan el baile de la sobrevivencia.
El ruido dura unos segundos en lo que surge otro y lo sustituye, es constante el intercambio de sonidos que nadie responde. Podría ser que un ruido escuchase a otro sin descifrarlo, sin importar que fueran compadres y vinieran de los mismos elementos.
No obstante el ruido se parece a otro, pero si ponemos atención distinguimos entre el rumbido de un Mc Laren y el de una motosierra a mitad de la selva. Un ruido interrumpido cuando regresa ya no es el mismo, sale más jodido, con menos estímulo y poder que sólo otorga un tanque lleno de gasolina.
Bajo el silencio absoluto, impublicable, se esconde un ligero ruido, un algo que no deja estar tranquilos a los invitados. Se han ido los pasos lentos de los ancianos, las risas de los muchachos y las largas conversaciones de los mayores. Queda el presagio, resabio acaso de la última palabra disuelta en agua.
Pronto llegará el ruido repentino, un balón romperá el vidrio del desgarrador silencio, un llanto contraerá el silencio múltiple que aplaudió a rabiar el último acto de Hamlet y en un abrazo se recuperará el aliento, la sintonía de la radio y el golpetear de las suelas de los zapatos. Hay sitios donde nunca volverá el silencio a estas alturas absurdo.
Es el ruido que un maestro hace callar en un salón de clases y se libera después en un loco recreo. Son tripas protestando de hambre durante un prolongado ayuno. Son láminas tratando de arrancarse del techo para ir a donde el viento, el rechinido de llantas, golpes extraños, el aire acondicionado, la borrachera y música del vecino. Alguien grita. Una gotera hace un agujero en el silencio.
Una silla arrastrada sin clemencia en la sala de una Biblioteca produce las miradas de los lectores del autor del acontecimiento, y dicen: qué chica más guapa, podríamos olvidar todos el acontecimiento. El ruido es espantapájaros de la música sinfónica de Shuman, en eso un hombresillo, morral en mano pasa silbando una cancioncilla del Cihua. Y nadie se ofende.
Uno tamborilero en la mesa, uno de todos masca chicle, un avión pasa bajito sobre el techo, un hombre pisa latas de aluminio, en Ia bocina se anuncia el que compra colchones, la señora de los nopales no cesa de tocar el timbre y también trae chochas de Jaumave. El ruido hace ruido al abrir la puerta para ver lo que pasa y no es nadie. Es el aire.
Imagino el ruido que produce el fragor de una guerra, los ayes de dolor, las instrucciones a mitad de fuego cruzado, el convoy armado cuyo ruido se aproxima amenazante, la fuerza aérea como un estruendo, las bengalas, el río cercano.
En todo el mundo existe un ruido que caracteriza a una región. En cada cuadra hay un músico, un centro comercial con bocinas anunciando una promo de caguamas, un parque para venerar los ariles de la naturaleza, un grupo de talleres mecánicos, la pista de carreras, el estadio de fútbol, los goles, la calle y los carros, la hora pico, el semáforo, la fábrica de vehículos, la escuela. Y todo junto hace el espectáculo del sonido, con el saltimbanqui, el payaso, los trapesistas y la mujer barbuda.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA