Tamaulipas es un estado marcado por el impacto recurrente de fenómenos meteorológicos. Huracanes, tormentas tropicales e intensas lluvias han modelado no solo su geografía y su infraestructura, sino también su cultura de prevención y respuesta ante desastres.
A lo largo de la historia, los eventos más severos han dejado cicatrices profundas, pero también aprendizajes que hoy son clave frente a nuevas amenazas climáticas.
En la memoria colectiva de los tamaulipecos, algunos fenómenos permanecen como referencia obligada. El primero es el huracán Hilda, en 1955, que junto con otros dos ciclones —Gladys y Janet— formó una cadena devastadora que causó la peor catástrofe natural en la historia del sur de Tamaulipas y el norte de Veracruz.
En Tampico, más de 50 mil personas resultaron damnificadas y las lluvias e inundaciones superaron los tres metros sobre el nivel del mar, arrasando viviendas, embarcaciones y comunidades enteras. También se recuerda el impacto de Beulah en 1967 que tocó tierra cerca del sur de Estados Unidos, pero su paso por el norte de Tamaulipas.
Ya muchas décadas después, el huracán Alex, en 2010, revivió el temor a estos eventos extremos. Aunque impactó principalmente en Nuevo León, su paso por Tamaulipas dejó severos daños, sobre todo en las ciudades de Reynosa, Ciudad Victoria y Matamoros.
Con un saldo de 21 personas fallecidas y pérdidas económicas que superaron los 25 mil millones de pesos, según el Centro Nacional de Prevención de Desastres, Alex fue el desastre más costoso de ese año en el país.
Aunque los huracanes mayores han sido poco frecuentes en los últimos 20 años, las lluvias intensas y tormentas repentinas no han dado tregua a Tamaulipas.
Cada año, la región enfrenta inundaciones que afectan a comunidades rurales y urbanas por igual. En 2020, por ejemplo, municipios como Reynosa y Gustavo Díaz Ordaz vivieron episodios críticos de lluvia severa e inundaciones que obligaron a solicitar declaratorias de desastre natural y activar recursos federales de emergencia.
Eventos similares ocurrieron en Aldama (2019), Reynosa (2019), Camargo y San Fernando (2015), y buena parte del centro del estado tras el paso de la tormenta tropical Dolly en 2014. Estos incidentes no solo muestran la vulnerabilidad del territorio, sino también la importancia de la coordinación entre el gobierno estatal y la federación para atender las emergencias y trabajar en la recuperación de las comunidades afectadas.
La temporada de huracanes 2024 fue un punto de inflexión. La tormenta tropical Alberto, que impactó en junio, no solo causó afectaciones en infraestructura, sino que trajo consigo un alivio a la crisis hídrica que aquejaba a Tamaulipas desde hacía ocho años. Las lluvias de Alberto y otros disturbios tropicales recargaron ríos, presas y lagunas del centro del estado, frenando temporalmente el desabasto de agua en varias regiones.
Sin embargo, este episodio dejó en evidencia un fenómeno paradójico que los habitantes del sur del estado conocen bien: mientras que los huracanes son temidos por sus daños, sus lluvias son esperadas con ansias en tiempos de sequía.
La historia reciente muestra que las precipitaciones benéficas no siempre llegan sin consecuencias adversas.
Según el pronóstico emitido por Crown Weather en marzo de 2025, la temporada de huracanes que inició en junio podría ser más intensa que el promedio histórico. Se esperan al menos 16 tormentas con nombre, siete huracanes y cuatro ciclones mayores de categoría 3 o más.
El Golfo de México, que baña las costas de Tamaulipas, ha sido identificado como una zona de alto riesgo. Las lluvias intensas, los vientos fuertes y las marejadas ciclónicas podrían volver a impactar municipios como Tampico, Altamira, Matamoros, Reynosa y Soto la Marina, donde la vulnerabilidad por infraestructura insuficiente o deteriorada sigue siendo un reto. Septiembre, tradicionalmente el mes más activo, concentra el 44% de los impactos históricos en Tamaulipas, aunque las tendencias recientes han mostrado variaciones, como ocurrió en 2024, cuando la mayor parte de la lluvia cayó entre junio y julio.
El contexto climático global añade otro elemento de incertidumbre. Aunque la temperatura global ha mostrado un descenso moderado en 2025 debido al fenómeno de La Niña.
Por Staff