CIUDAD VICTORIA, TAM.- Después de recorrer más de 2,000 kilómetros desde Livermore, California, pasar por el Aeropuerto Internacional de Monterrey y luego tomar carretera rumbo a Ciudad Victoria, los niños de la Liga Santa María de Aguayo regresaron a casa. No lo hicieron con las manos vacías: volvieron con el subcampeonato internacional de la Serie Mundial de Ligas Pequeñas categoría Intermedia… y con un recibimiento que quedará grabado por siempre en la memoria de su comunidad.
La cita oficial era a las 8:00 de la noche, según había anunciado la propia liga en redes sociales. Sin embargo, desde las 7:20 p.m., las primeras familias, amistades y medios de comunicación comenzaron a llegar al Parque de la Aguayo. Con pancartas, globos, cámaras y emoción. Pero al llegar, se toparon con una noticia inesperada: “se van a retrasar”.
Una fuerte tormenta había azotado el camino. Los choferes de las vans decidieron parar por seguridad, y al reanudar el trayecto desde Monterrey, avanzaban con precaución. La organización informó: “Van a llegar como a las 9:30, por si quieren esperar y ser pacientes”.
La espera comenzó. Quienes no sabían del retraso llegaban, preguntaban, algunos se iban y prometían volver; otros simplemente se quedaban. Muchos estaban en contacto directo con los niños y entrenadores, escribiéndoles mensajes para saber en tiempo real por dónde venían. El grupo estaba cada vez más cerca.
A las 8:00, llegaron los vendedores de manzanas con chile y raspas. El calor era intenso, y más de uno encontró alivio en una raspa mientras la ansiedad crecía y esa no se podía quitar con nada más que con esperanza de que pronto estarían llegando. Hasta que, a lo lejos, alguien gritó: “¡Ya vienen en Hidalgo!”. La euforia se activó.
A las 9:25 p.m., uno de los organizadores tomó el micrófono: “¡Ya vienen entrando a Victoria!”. Se pidió orden, se organizó una valla humana, y los gritos comenzaron a subir de volumen. Todo estaba listo.
Mientras llegaban algunos papás daban entrevista, “yo no pude ir, decidí que mi esposa fuera, pero estoy feliz, estoy orgullosa de él, toda la familia lo está”, decía la madre de Roberto Manzano.
Finalmente, a las 9:45 p.m., las camionetas llegaron. Los niños estaban en casa.
Desde las ventanas de las vans, sonrisas nerviosas, ojos brillosos. Los gritos los envolvían: “¡Campeones!”, “¡México, México!”, “¡Son nuestros héroes!”. Lanzaban espuma blanca, ondeaban banderas de Tamaulipas, gritaban sus nombres. Era la bienvenida que merecían.
Uno a uno fueron mencionados en el micrófono. Cada nombre desataba una ola de aplausos y porras. Madres emocionadas, padres con lágrimas, compañeros abrazándose. No había guion ni protocolo: solo emoción pura y sincera de quienes siempre confiaron en ellos.
Después del homenaje, caminaron hacia el campo, ese que los vio crecer. Ahí los esperaba el mariachi, entonando “Hermoso cariño”, “Sigo siendo el rey”, “Canta y no llores”. Las canciones se mezclaban con risas, abrazos y lágrimas, en el lugar donde está historia inició.
Las pancartas con fotos, las lonas con frases, los uniformes con los que nos representaron con honor y gloria… todo hablaba del esfuerzo detrás. Algunos niños bailaban con sus familias, posaban para fotos, lloraban abrazados, otros más reservados sólo sonreían al mirar toda la fiesta. Era la celebración del corazón.
En medio del bullicio, el entrenador Samuel Jiménez se acercó a dos de sus jugadores. Los abrazó fuerte y les dijo: “Esto no tiene que parar aquí… esto es el inicio. Vamos a darle”.
El entrenador Gonzalo García, visiblemente conmovido, también compartió una dedicatoria muy personal: “Fue muy especial para mí. Se lo dedico con todo el corazón a mi papá. Siempre soñamos con algo así, pero se adelantó en el camino”.
Y no podían faltar las voces de los propios peloteritos. Mateo Aguilar, con lágrimas en los ojos, recordó su inspiración: “Hace dos años me tocó estar en el recibimiento de otro equipo de esta liga que también logró algo importante. Yo dije: ‘yo quiero estar ahí’… y lo logramos. Se lo dedico a mi familia, a mis amigos, sobre todo a mis papás”.
Mientras tanto, Gael Paulín Cano compartía su sueño más grande: “No me esperaba esto, estar aquí. Di lo mejor de mí y vamos a seguir trabajando. Me gustaría jugar en Grandes Ligas”.
Después de más de una hora de celebración, poco a poco, el parque se fue vaciando. Las risas quedaron flotando en el aire. Cada niño regresó a casa con algo más que un trofeo: con un pedazo de historia.
Mañana será otro día… un día para seguir soñando, para entrenar más fuerte, para inspirar a más. Porque estos niños no sólo trajeron alegría a Ciudad Victoria. Trajeron orgullo, unión, esperanza. Y porque la Liga Santa María de Aguayo dejó, una vez más, a Ciudad Victoria en lo más alto.
DANIEL VÁZQUEZ
EXPRESO-LA RAZÓN




