5 diciembre, 2025

5 diciembre, 2025

Que caliente «la chana» Guerrero 

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ 

Y los aficionados de hueso colorado se dan con todo. Llegan a las manos en un par de dimes y diretes entre un hombre muy conocido y otro al cual nadie conoce. Por culpa de un equipo de fútbol uno de los dos pronto, por falta de ejercicio, caerá al suelo bien gacho. 

La trifulca se generaliza en el segundo tiempo, y el combate es subido a las redes en directo por un influencer que capta el momento exacto en que se hace un receso para ir por una merecida caguama. 

La afición quiere ver mole, pero eso está muy lejos pues lo que hay es para llevar hasta en tooer y estos todo lo que traen son puros manotazo. Y pues así no baila mija con el señor. No tarda en salir «la chana», ese gran hombre que calienta la banca, que da una vuelta olímpica, que se mofa, se ridiculiza, sólo para hacer reír a la raza. 

El ambiente aún tiene el sopor del humo en el campo, los gritos acumulados encima de otros, los golpes, las barridas, todo será recuerdo, el sudor escurriendo de los jugadores enormes, el grito, la estridencia de aquella locura gritando, aventando, siendo una parte de masa, de hilo, de agua y fuego. 

En casa una persona solitaria prepara la cena, la gente ha salido de la colonia y en los patios solitarios el silencio existe de todas maneras. La ciudad se ilumina de repente con goles del equipo local y será una linda noche para el equipo de casa.

Al día siguiente los diarios destacarán a ocho columnas el empate con olor a triunfo del equipo de casa, que divide oponiones en los salones de clases, en los bares donde se agarran a chingazos los vende patrias. Todos piden la salida del entrenador y piden que regrese el Picas Becerril, vayan por él, dijo uno como si toda esta bronca dependiera de él. 

En la esquina, a diez cuadras de distancia, un hombre come semillas y evade la algarabía que pasa rosando su oreja, la algarabía pega en el poste y se aleja para siempre. Ha querido, aquel hombre de aspecto humilde, haber ido al partido, pero solo fue un ratito, prefirió quedarse a recordar el gol de chilena, aquel que metió Hugo Sánchez no recuerda a cual equipo. Es lo mismo. 

En los alrededores un grueso de personas recrea el escenario. Ahí venden playeras del equipo al que usted le vaya, desde el suelo un niño toma un pequeño balón envuelto en colores y remata de cabeza, por suerte el portero es el mismo, de modo que vuela sobre su costado izquierdo para envidia de Turrubiates que presenció toda la escena. 

Los pensamientos a veces se enredan con el paso corriendo de la policía, el avance vacilante de quienes adelante huyen de ellos, la gente apostando a los perdedores por supuesto. Los micros ya van hasta el gorro y van cachete con cachete, nariz con sobaco, nalga con nalga, ya nadie sabe dónde se baja. Nadie con nadie. 

Si el equipo gana se sabe a cientos de kilómetros de distancia hasta el Ejido mariposas y maguiras donde hay un baile con huapango. Si el equipo pierde se acaba el baile, se va la luz, los perros escarban un pozo ciego, la marcha es en silencio como a las once con la derrota a sus anchas. 

El balón sale de la cancha de todas formas o alguien lo lleva para hacer feliz a un niño que mañana fallará un gol solo y sin portero, sin nadie que le chifle. Sin sueño. El balón termina abajo de la cama, sin pena ni gloria. 

Los hombres que barren salieron de algún refugio secreto, en corto ya terminaron y todavía no sale el último aficionado en todos los cabales. Que nadie pregunte cómo quedaron. 

Una botella que pasó rosando un cuerpo yace en el suelo recordando viejos tiempos. Los viejos tiempos volvieron a pasar y los hicieron pedazos. Qué quiere que le diga, así es la vida. 

HASTA PRONTO 

POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ 

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