Caminamos por un hilo muy delgado. Si pudiésemos dibujar la línea imaginaria, justo el centro del equilibrio, descubririamos el hilo por donde van los zapatos, el equilibrio ya automático que hacemos para no caer ni para un lado ni para otro, ni para atrás ni para adelante.
No se sabe si desde el otro extremo del hilo alguien nos jala y hace inevitable el destino e inútil nuestro esfuerzo de fantoches. Ignoramos si al otro extremo una araña teje el gigantesco nido. A veces va uno muy tranquilo y ¡saz! una cuerda te hace caer al patrio suelo. Una chiquilla brinca la cuerda y no se cansa, brinca así desde hace rato que fui a la tienda.
Un hilo muy delgado nos separa, una membrana invisible que moralmente impide que un cuerpo toque a otro, ni siquiera tocarlo con los ojos un poco bajo el riesgo de Ministerio Público. Qué gacho. Contrario lo es el lazo matrimonial que se supone debería unir para siempre a las parejas, pero de eso uno no es responsable. Además el mundo moderno no entiende de amarres, todo mundo suelta, todo mundo gosthea, sin saber todavía lo que nos espera.
Hay hilo dental del de dientes y otro para separar un par de disgustadas nachas, hay hilillos de sangre, hileras de chiquillos corriendo. Nadie va más allá. Nadie ha ido y vuelto de lo desconocido, nadie conoce el otro lado de la luna, nadie saltó sobre el hilo: brincó y se cayó, es todo lo que se supo.
Un hilo sencillo, se supone, pasaría sobrado por el ojo de una aguja, de modo que lo veremos en lo alto. Mil hilos, cuando se reúnen, forman gruesos mecates para jalar barcos, hilos muy delgados para coser labios, hilo cáñamo para elevar papalote y remendar zapatos, hilo para tendedero, para hacer hamacas, para torcer los ojos, para jalar un carro, para un lazo de marrano, para lazar un caballo, para amarrarse el cabello, para apretarse el cuerpo, para una carga de leños.
El hombre camina por un hilo, da vuelta, vuelve en sí, se acuesta, se jetea un rato, se tira una medalla, se chinga una caguama, se come el lonche, y sin embargo el hilo tan delgado permanece ahí, a sus anchas. Mientras duerme, uno entre nosotros podría cortar el hilo, prenderle fuego, hacer que la vida estalle en medio del aburrimiento. Miren ahí está el hilo, por favor no lo pisen.
El hilo delgado es la extraña sensibilidad para contactar con otro cuerpo. Hay electricidad, corriente alterna que pasa a nuestras venas. En el entramado las venas son cables que comunican un bienestar a otros muy contentos. Otras partes del cuerpo son cuerdas de cuadrilátero de lucha libre. Cuerdas de reos que irán a conocer al señor Bukele.
Viéndolo bien hay cables por donde quiera que se quiera verlos. Los cabellos nos comunican entre nosotros y nos envían datos y señales desde larga distancia. Es como el Internet antiguo, si nos apuramos.
Existe el hilo en el aire antes de un soplo. Atrás de una pestaña, el hilo muy delgado sostiene el párpado risueño, el hilo lleva una historia, el hilo enredado suelta un trompo que va y escapa del juego. La vida es un hilo delicado que se rompe, es en verdad lo que uno cuida, lo que te mantiene con vida.
El hilo permite el aislamiento, la soledad en la muchedumbre, permite ser nosotros, ser profundamente íntimos, el hilo es entonces irrompible y eléctrico, impenetrable, podemos con toda intención perdonarnos, jugar un pokar sin temor a perder con nosotros mismos. La historia tiene un hilo y habrá que seguirlo hasta que se termine.
El hilo une dos partes, para bien y para mal es el hilo de las telarañas. Es una casa y una trampa. Un hilo dibujado es una raya por donde pasa el tiempo. Una raya amarilla prohíbe el estacionamiento de los carros, una cebra en el pavimento delinea el paso de los Beatles para las cámaras.
HASTA PRONTO




