HIDALGO, TAMAULIPAS.- En un cuarto de apenas doce metros cuadrados, Janet Portillo convive con cincuenta gatos y un pequeño french poodle, un espacio que se llena de maullidos, ronroneos y del aroma del pan de elote que, a fuego de brasas, prepara como parte de una tradición culinaria típica de “El Chorrito, en Hidalgo, Tamaulipas.
“El pan que vendo es para darles de comer”, explica, consciente de que su oficio sostiene también a su insólita familia de mascotas.

“Empecé con uno, y hubo un momento en que llegué a tener ochenta gatos; ahora —dice— solo son cincuenta”.

Entre ellos, el perrito se ha ganado su lugar bajo la mesa, rodeado de felinos que lo aceptan como uno más porque en el tejaban de Janet, los animales han roto el viejo adagio de que “se pelean como perros y gatos”.
El entorno le da sentido a esta peculiar vida: tras cruzar la ex hacienda La Mesa y ascender por un camino empinado, surge la cascada de El Chorrito, paso obligado rumbo al templo de la Virgen de la Cueva.
Su murmullo constante del agua que resbala sobre el cerro, hacompaña la rutina de Janet -que vive enfrente-, como un telón natural que explica cómo, en medio de la modestia, ella ha encontrado un modo de vivir con sus gatos y el perro.
Originaria de Reynosa, pero hija de un lugareño, Janet decidió quedarse en este rincón serrano, donde lo cotidiano se entrelaza con lo extraordinario.
Entre sus gatos, las brasas y el rumor del agua, transcurre la historia que resume la vida sencilla de este espacio de las montañas tamaulipecas donde desfilan miles de fervientes seguidores de la Virgen, en espera de milagros, resignación y consuelo.
Como escribió Julio Cortázar, eterno amante de los felinos: “Quién podría creer que no hay alma detrás de esos ojos luminosos”.
Este paraje de Hidalgo, parece describir tanto a los cincuenta gatos de Janet como a la propia dueña, que ha hecho de ellos su razón de vida.

Por. Staff




