¿Hasta dónde estamos dispuestos a ceder nuestra paz por alguien más? A veces confundimos apego con amor y terminamos priorizando al otro mientras descuidamos nuestra propia felicidad. Aguantar lo que duele, tolerar abusos o permanecer en relaciones que no funcionan se ha vuelto algo común, y el amor propio queda relegado.
Psicólogos como Walter Riso, la psicoterapeuta Graciela Torres y la doctora Nilda Chiaraviglio coinciden en que debemos amar desde la abundancia y no desde la carencia: cuando nos sentimos completos con nosotros mismos, no necesitamos buscar una “mitad” que nos complemente.
Torres y Chiaraviglio destacan que muchas personas permanecen en relaciones dañinas por miedo a estar solas, por idealizar la pareja perfecta o por creer que la felicidad depende del otro, dejando de lado su propio bienestar emocional.
Con frecuencia confundimos apego con enamoramiento, atracción con amor, celos con interés y sacrificio con amor verdadero. Estas confusiones generan expectativas irreales y dolor innecesario.
Se ha normalizado que parte del éxito personal se mide por el estado civil, por la pareja que tenemos o la cantidad de conquistas acumuladas. Lo que realmente se cultiva con estas ideas es dependencia emocional, no amor auténtico.
Amar desde la carencia nos hace descuidar nuestras propias necesidades y límites, afectando nuestro bienestar emocional. Cultivar el amor propio no significa egoísmo ni rechazar al otro, sino aprender a elegirnos, respetarnos y cuidar de nosotros mismos.
Alguien a quien quiero mucho me dijo una vez: “En las parejas, la felicidad se comparte; no depende del otro”. Esa frase resume la esencia del amor consciente y equilibrado. Solo cuando estamos completos podemos ofrecer afecto auténtico y disfrutar de la compañía del otro sin perder nuestra identidad.
Reconocernos valiosos y plenos transforma nuestras relaciones. Nos conectamos desde la autenticidad, no desde la necesidad ni la obsesión. Amar con plenitud implica compartir momentos y emociones sin depender de la aprobación constante de la otra persona.
La toxicidad muchas veces se disfraza de romanticismo, sacrificio o pasión. Saber identificar estas señales es parte de la madurez emocional. Aprender a decir “no” cuando algo nos hace daño y priorizar nuestro bienestar no es egoísmo; es supervivencia emocional.
El verdadero éxito no se mide por logros externos ni por conquistas sentimentales. Está en mantenernos íntegros, felices y en paz con quienes somos.
Cultivar el amor propio es el primer paso para vivir con plenitud y experimentar el amor verdadero de manera consciente y equilibrada. Solo desde esa base podemos construir relaciones sanas y duraderas. Recordemos que el amor que ofrecemos a los demás será tan sólido y genuino como el amor que nos damos a nosotros mismos.
Contacto: madis1973@hotmail.com




