Nuestra economía ha tenido un importante deterioro en las últimas décadas y ha dejado de ser el “milagro mexicano” como se le conocía anteriormente, para convertirse en una economía más, a pesar de sus abundantes recursos, de su increíble población y de contar con un acuerdo de libre comercio con la economía más grande del mundo, que es la envidia de las demás naciones.
Durante la década de los 60s México tenía un crecimiento superior al 6% anual e incluso arriba del 8% en ciertos años, lo que permitía que el ingreso por persona se duplicara en cada generación. Esto significaba que un joven esperaba tener lo doble de ingresos, en términos ajustados por inflación, que sus padres, lo que propiciaba un entorno optimista. Durante el sexenio de Díaz Ordaz, se registró un incremento promedio anual del PIB del 6.8%, a pesar de los conflictos políticos que hubo en esa época. Durante el gobierno de Luis Echeverría el aumento promedio anual el PIB fue del 4.1%; que se elevó al 6.5% durante el gobierno de López Portillo por el descubrimiento de los extraordinarios campos de petróleo, pero su gobierno terminó en una grave crisis por el excesivo gasto y deuda pública, culminando con la expropiación de los bancos. Durante los gobiernos de Carlos Salinas, Ernesto Zedillo y Vicente Fox el crecimiento promedio anual del PIB respectivamente fueron de 4.0%, 3.4% y 2.0%, es decir decreciente. La tendencia de caída se detuvo con Felipe Calderón y con Peña Nieto, ya que la economía tuvo un leve incremento promedio anual en cada sexenio y fue de 2.3% y 2.4% respectivamente.
Sin embargo, durante el sexenio pasado la economía tuvo un incremento anual menor al 1.0% promedio anual, es decir fue inferior al aumento de la población. En este entorno, para poder mantener los programas sociales el gobierno ha incurrido en un incremento de su deuda del 92%, es decir, casi el doble y en la actualidad ya es superior a los 18 billones de pesos. Este fuerte aumento ha elevado el servicio de la deuda y en la actualidad la misma representa más del 12% de todo el gasto público, es decir, superior a la inversión pública. Si a esto se le añade el gasto por los programas sociales y pensiones, más de la tercera parte del gasto público se canalizan a estos conceptos.
Hay que enfatizar que el porcentaje del servicio de la deuda externa se ha reducido en los pasados meses, ya que el tipo de cambio se ha fortalecido, por lo que una devaluación del peso revertiría esta reducción del pago de los intereses, lo que agravaría el problema del déficit público. Varios analistas mencionan insistentemente que la deuda externa es manejable porque es cercana a la mitad, como porcentaje del PIB, de la que tienen la mayoría de los países desarrollados. Sin embargo, esto no toma en cuenta que la tasa de interés que paga el gobierno mexicano es casi lo doble de lo que erogan los otros países, por lo que su impacto es más grave.
Viendo la tendencia de la economía mexicana de las últimas décadas, así como el difícil entorno internacional, en el cual el gobierno de los Estados Unidos sigue una política comercial que distorsiona y encarece el comercio internacional, es previsible que nuestra economía seguirá una tendencia decreciente en los siguientes años. Adicional a esto, internamente se tiene un deterioro importante en la infraestructura física y judicial, así como en la seguridad pública.
Para revertir esta situación se requiere un cambio drástico en la estrategia económica que se sigue en nuestro país. No es suficiente canalizar escasos recursos a proyectos llamativos, pero poco rentables. Algunos países han sido muy exitosos en lograr incrementar de manera importante su crecimiento económico como Chile hace años y Singapur o Vietnam, pero su tamaño es muy inferior al nuestro.
Tal vez el mejor ejemplo ha sido lo obtenido en China en las pasadas décadas. A mediados del siglo pasado era uno de los países más pobres del mundo, pero siguieron una estrategia de fuerte incremento en la inversión pública y privada, apoyada en el funcionamiento del sistema de libre mercado. Hoy en día ya es la segunda potencia del mundo.
Por. Benito Solís




