CIUDAD VICTORIA, TAM.- El Caminante aprovechó que el aguacero había parado para ir de volada en su moto al supermercado, y comprar lo que hacía falta para preparar la comida.
Ni tardo ni perezoso recorrió los pasillos de la tienda tomando todo lo que su señora le escribió en ese grupo de whatsapp que crearon para la lista de la despensa.
Todo se desarrollaba tranquilamente e incluso encontró dos que tres artículos en oferta. Ya con todo lo requerido en su carrito, se dispuso a hacer fila en una caja para pagar.
Los artículos empezaron a hacer ‘beep’ al ser pasados uno a uno por el lector de códigos, cuando un grito sobresalió entre el murmullo de la gente y la música de reguetón. A cinco metros de distancia un par de personas se enfrascaron en una acalorada discusión:
– ¡Oye oye, que te pasa porque me hablas así! ¿Por qué me dices pendejo? ¡a mi no me hables así! – dijo un señor como de cincuenta años a otra persona de alrededor de treinta y cinco.
– Tu fuiste quien me faltó al respeto antes, me dijiste “señor” – respondió una mujer de cabello muy corto, complexión gruesa, baja estatura, vestida de camisa a cuadros y pantalones de mezclilla, lentes oscuros y botas mineras.
– Yo solo te dije ‘con permiso’ para pasar con el carrito, y te dije ‘señor’ porque te confundí con un hombre, pero luego te dije ‘perdón’ y aquí esta el guardia de testigo, pero eso no te da derecho a pendejearme – respondió el ‘don’ muy enojado.
– ¿Pues, para que me dices señor? – inquirió ella.
– ¡Porque pareces hombre! además me disculpé, fue una equivocación, pero eso no te da derecho a faltarme el respeto.
– Tu me lo faltaste antes, yo por eso respondí.
– Yo no te falté el respeto, te confundí con un hombre porque andas vestida como hombre y traes el pelo bien cortito, ¿Cómo no quieres que te confundan con un hombre si desde acá te ves como un hombre?
– ¡Yo me puedo vestir como se me pegue la gana! – respondió la mujer alzando la voz.
– Entonces que no te sorprenda que te confundan con otra cosa …si te vistes de payaso la gente piensa que eres payaso, a eso es a lo que te expones, y no por eso vas a andar pendejeando a todos los que te confundan – le contestó el hombre ya visiblemente molesto.
El ambiente en el área de cajas se puso muy tenso. El guardia, un flaco joven de cuando mucho 60 kilos de peso solo volteaba a ambos lados, como esperando a ver quién sería el primero en reaccionar violentamente. Las cajeras se quedaron inmóviles, las de atención al cliente se miraban unas a otras y los demás compradores observaban con una expresión seria en la cara, tan seria, que ni la música de Bad Bunny que sonaba por los pasillos podía relajar.
La mujer involucrada en la discusión chistó los dientes y empezó a caminar alejándose del lugar. El señor ofendido por la ‘pendejeada’ gratis hizo lo propio y se internó en el pasillo de las harinas y aceites.
Como si alguien le volviera a dar ‘play’ a la escena, todos regresaron cada quien a lo suyo, mientras se desataba el ‘cuchicheo’ entre las cajeras y los paqueteros; los que hacían fila para usar los cajeros automáticos y un par de estudiantes que recogían sus mochilas.
Las risas nerviosas y los juicios de valor en voz alta se escuchaban claramente en aquel espacio no muy amplio.
Unos le daban la razón al señor que infortunadamente confundió a la dama con un caballero, justificando el error por la manera de vestir de ella, “si no quieres que te confundan con un hombre, pues no te vistas como hombre, ¡que no te sorprenda eh!” decía una de las cajeras.
Otros expresaron que nadie tiene la obligación de adivinar el género o ‘auto percepción’ de los demás y que tampoco pueden ir con un cartel o letrero enfrente que diga “soy hombre” o “soy mujer”.
Los mas jóvenes defendían a la dama, e incluso argumentaban que precisamente para eso existe el “lenguaje inclusivo” y que el hombre que se confundió debió llamarle “amigue” o “señore” para evitar equivocarse, y que cada quien tiene el derecho de vestirse o lucir como guste y que nadie tiene el derecho de asumir un género u orientación sexual.
…Y todo este argüende por una palabra.
El Caminante un tanto apenado por el incidente prefirió no emitir palabra alguna, esto a pesar de que el paquetero (un adulto mayor) se divertía comentándole el chisme, entre sorprendido y complacido por la forma en que le respondieron a la dama en cuestión.
Como dijo el Benemérito de las Américas, “el respeto al derecho ajeno es la paz”, tanto de uno para juzgar por lo que ve, como otro de hacerse respetar por sus convicciones al vestir, hablar o conducirse, pero todo dentro de los límites de lo legal y si es posible, con educación y cortesía. Demasiada pata de perro por esta semana.
POR JORGE ZAMORA
EXPRESO – LA RAZÓN




