4 diciembre, 2025

4 diciembre, 2025

Sentimientos de la Nación

Códigos de poder/David Vallejo.

Como cierre de este mes patrio, te invito a recordar que en Chilpancingo, en 1813, un cura de andar austero y mirada de estratega tomó una pluma y convirtió la pólvora en ideas. José María Morelos y Pavón firmó como Siervo de la Nación y, al hacerlo, dejó algo más poderoso que un parte de guerra: una brújula. Los Sentimientos de la Nación fueron un acto de síntesis moral en medio del fragor. Donde otros veían proclamas, Morelos vio un país por nacer, con reglas, justicia y una ética pública de largo aliento. Ese gesto lo define: un líder que combate, legisla y educa al mismo tiempo; un político que entiende el poder como servicio, la ley como límite y el futuro como una responsabilidad.

Su grandeza vive en la solvencia de sus objetivos. Independencia no como reacción efímera, sino como afirmación de soberanía popular. Igualdad escrita sin vacilaciones: la casta como agravio y la persona como medida. Libertad con instituciones, nunca al capricho: división de poderes, rendición de cuentas, tribunales que protegen al débil del abuso. Justicia social en una frase que atraviesa siglos: moderar la opulencia y la indigencia, lo que equivale a reconocer que un país digno se mide por el trato que otorga a quienes menos tienen. Y, al mismo tiempo, un realismo político que asume la cultura religiosa de su pueblo, con vocación de cohesión, no de persecución. Todo en veintitrés ideas hiladas con el pulso de un visionario.

Los Sentimientos importan porque dan forma. La insurgencia, vasta y desigual, encontró ahí un marco que la volvió proyecto de país. De aquel texto brotan la Constitución de Apatzingán y, más adelante, ecos que resuenan en 1857 y 1917: soberanía en el pueblo, representación republicana, derechos, deberes, límites al poder, abolición de la esclavitud, igualdad jurídica. Morelos opera como arquitecto de lo posible: baja a tierra el deseo de libertad y lo vuelve instituciones.

Su influencia recorre el tiempo porque su intuición sobre la justicia resulta inagotable. Moderar la opulencia y la indigencia es una consigna que siempre interroga: cómo se reparte la carga fiscal, cómo se protege el salario, qué papel cumplen la educación y la salud. Esa idea mantiene vigente la brújula de Morelos. Que la ley sea igual para todos es más que un enunciado: exige ministerios públicos profesionales, jueces íntegros, policías cercanas a la comunidad. Que haya rendición de cuentas implica controles inteligentes, transparencia radical, presupuestos con nombre y apellido. Que los cargos sirvan a la Nación reclama una ética pública que no confunda Estado con botín, ni lealtad con obediencia ciega.

La trascendencia de Morelos también reside en su tono. Escribe con sobriedad y al mismo tiempo abre horizontes. Lee el alma de su pueblo y le propone un pacto: libertad sin arbitrariedad, igualdad sin revancha, fe sin fanatismo, patria sin rencor. Ese equilibrio, esa mezcla de temple militar, intuición pedagógica y razón jurídica, ofrece una lección para el presente: los países se sostienen con instituciones que encarnan un ideal y con liderazgos que recuerdan para qué existe el poder.

¿Qué pedirían hoy los Sentimientos de la Nación ante desafíos inéditos? Desigualdad persistente, violencia que hiere comunidades, crisis climática, brechas digitales, desinformación organizada, asimetrías tecnológicas, tensiones federales, agotamiento institucional en algunos frentes. La brújula de Morelos sugiere un método: principios claros, reglas concretas, metas verificables, una idea de bien común que convoque y no divida, y un servicio público que respire honradez cotidiana.

Imaginemos, entonces, una reescritura contemporánea, fiel al espíritu del Siervo, con la cadencia de su Que… inconfundible: que la dignidad humana sea medida de toda decisión; que la soberanía popular se exprese en instituciones confiables, elecciones limpias y participación constante; que la igualdad jurídica se transforme en igualdad sustantiva con paridad real, inclusión de pueblos indígenas y afromexicanos, y oportunidades para cada niña y cada joven; que la niñez reciba educación inicial universal y una escuela pública que abrace ciencia, artes y pensamiento crítico; que la pobreza extrema se erradique con un pacto fiscal progresivo, salario suficiente y empleo formal bien protegido; que la riqueza productiva florezca con competencia leal, innovación abierta, MIPyME fortalecida y crédito accesible; que la salud sea garantía efectiva con atención primaria robusta y abasto transparente; que la seguridad se construya con prevención, policía profesional y justicia que repare a las víctimas; que la corrupción encuentre castigo cierto mediante auditorías en tiempo real y datos abiertos; que el agua, los bosques y el aire se resguarden como patrimonio de seguridad nacional con transición energética acelerada, ciudades esponja y agricultura regenerativa; que el federalismo coopere con responsabilidades claras, recursos suficientes y métricas compartidas; que la laicidad proteja la libertad de conciencia y la paz entre credos; que la cultura y la ciencia dispongan de presupuesto creciente y reglas estables, pues de ahí brotan identidad y futuro; que el mundo digital respete derechos: datos personales en manos de su titular, ciberseguridad para hogares y empresas, conectividad total en escuelas y clínicas, y una inteligencia artificial al servicio del bien público con evaluación independiente y explicaciones comprensibles; que la movilidad, la vivienda digna y el espacio público se planifiquen con visión metropolitana; que la integración regional ponga a México al centro de las cadenas de valor con trabajo digno y tecnología propia; que el servicio público sea un honor con vidas discretas, cuentas claras y sanciones ejemplares para quien traiciona la confianza; y que la memoria histórica ilumine el porvenir para que cada generación se sienta heredera y responsable.

En esa lista de propósitos late un país posible. El hilo conductor es el mismo de 1813: leyes que ordenan, justicia que equilibra, poder que sirve, comunidad que avanza. Morelos escribiría de nuevo sin estridencias, con la sobriedad de quien entiende que la política implica proteger, educar y construir. Y tal vez, al final de la página, trazaría otra vez su identidad no como dueño del destino, sino como humilde custodio del acuerdo: Siervo de la Nación. Porque la patria se edifica cuando el mando recuerda su origen, cuando la ley mira a todos por igual y cuando la esperanza aprende a convertirse en institución. Ahí, justamente ahí, los Sentimientos de la Nación siguen vivos.

¿Voy bien o me regreso? Nos leemos pronto si la IA y la justicia social lo permiten.

Placeres culposos: gritar por última vez en el año ¡Que Viva México! y escuchar un álbum o playlist de clásicos en voz de Jorge Negrete.

Chocolates para Greis y Alo.

Se viene el mes de las calaveras, diablitos y el cumpleaños de mamá.

Facebook
Twitter
WhatsApp

DESTACADAS