A lo largo de su historia, Matamoros ha padecido personajes que, gracias a retorcidos acuerdos políticos, llegaron a ser alcaldes y, apenas estrenando la silla, ya cargaban con acusaciones que derivaron en escándalos reciclados que hoy parecen parte del inventario municipal.
Por lo pronto, el pasado fin de semana quedó claro que a Mario López, “La Borrega”, no lo derribaron ni la oposición ni las auditorías, lo derribó migración cuando cruzaba el río Bravo. Lo mantuvieron doce horas sentado, le recogieron la visa y él jura aún que fue porque estaba maltratada, como si se tratara de la credencial de un club de video.
Cuando lo abordaron los reporteros afirmó que se la repondrán, que no fue cancelación, pero la imagen de un policía tomándolo del brazo y él caminando encorvado dice más que mil palabras: un diputado nervioso, a la espera en una oficina gris, sin poder cruzar a Brownsville, donde radica y presume negocios.
Lo de “La Borrega” no es novedad. En Matamoros la silla municipal se convirtió en una fábrica de humo donde los alcaldes cruzan la línea de la legalidad, terminan manchados por auditorías, investigaciones y hasta expedientes criminales en el extranjero.
Baltazar Hinojosa arrancó el siglo como el modernizador del PRI: repartió programas sociales como quien reparte volantes en un crucero, soñó con ser gobernador y perdió. Sus opositores lo acusaron de clientelismo y corrupción, y su carrera nunca volvió a despegar.
Erick Silva es un caso extremo de corrupción: dejó más papeles en cortes de Texas que en la tesorería local. Fue acusado de fraude y lavado, detenido en 2017 y liberado bajo fianza, símbolo de cómo Matamoros exporta problemas y escándalos con más éxito que maquilas o talento político.
En 2011, un empresario que prometía limpieza terminó envuelto en auditorías manchadas y sospechas de pactos en lo oscurito. Alfonso Sánchez Garza se borró del escenario como quien huye de la foto incómoda: otro alcalde que entró con promesas y salió con silencios.
Cinco años después, en 2016, la modernidad que se anunciaba quedó reducida a un gobierno de bostezo, con contratos inflados y auditorías tachonadas. Jesús de la Garza, “Chuchín”, confundió gobernar con administrar papeles y se despidió con la grisura que marcó su paso.
“La Borrega” surfeó la ola de AMLO, ganó con Morena, se reeligió en 2021, recicló su carrera con el Verde en 2024 y llegó al Congreso. Parecía eterno, hasta que el puente lo aterrizó de golpe y su visa quedó guardada en el cajón de migración.
El actual alcalde, Beto Granados, no se ha quedado atrás. Medios de todo el país publicaron que perdió la visa; él lo negó, en conferencias de prensa juró que todo estaba en regla, pero nunca mostró el documento y, con su omisión, ha dejado en el aire su vertiginosa carrera política.
Hay muchas historias por contar, casos que reflejan lo peor de la política mexicana, ejemplos de cómo esta región y muchas otras del país han transitado sin cambios ni vicios superados: simples ejercicios de mimetismo político a la sombra de membretes distintos.
Matamoros acumula políticos que terminaron en el lodazal: algunos en la cárcel, otros expuestos al ridículo público y, lo peor, con historias que continúan. Por lo visto, los matamorenses siguen condenados a padecer personajes nefastos.
RELEVO EN EL PODER JUDICIAL
A propósito del evento que se celebra hoy, la semana pasada empezábamos así un Café Expreso:
“Como suele suceder en todas las cosas, no hay plazo que no se cumpla ni fecha que no llegue, y estamos a unos cuantos días de la renovación en el Poder Judicial del Estado, un cambio que genera muchas expectativas porque marca el fin de una etapa de manipulación y del uso político de la ley como instrumento para acorralar y someter al adversario”.
Esperemos que el cambio sea para bien.
Por. Pedro Alfonso García




