Tocar al poema puede ser un juego de letras, un tablero que mueve moverse con la mirada porque el poema se ha vuelto imagen. Joy Laville nos lleva al poema en aliteraciones de imágenes que se fijan en nuestra mirada en la soledad del agua, en los colores acuarelados donde queda su espíritu con dejo tristeza, de abandono que se transparenta en la lejanía en la verticalidad y en el arropado de sus figuras, no personajes, porque aparecen como transfigurados en el cielo, en la calca del agua y sus murmullos.
Su dibujo es muy naive, y parecen en algunos casos resoluciones del comics.
La obra que actualmente se presenta en la Pinacoteca del Estado, es una Colección del Museo Nacional de la Estampa, que nos muestra una parte de las ricas variaciones de esta mujer que se integra a plenitud a nuestro país contagiándonos con la ternura, la soledad y la transparencia de sus obras que parecen detener una parte de su tiempo como un espejo de agua que nos brinda sus murmullos.
Sin duda un profundo sentimiento amoroso, un apego fiel a sus memorias que no olvidan ni alegrías ni tristezas y que la soledad , la profunda soledad se amarra a sus huellas de mar y rio.
Su obra no es de color impactante como los mexicanos lo hacemos. Es una transparencia de espejos en que lo poético es un juego pictórico.
Me sublima su tranquilidad, sus contrastes velados, su cuidado en la impresión y su nostalgia dibujada en los rasgos que se pierden y esfuman de cerca y de lejos.
Pintura es poesía enmarcada a pinceladas suaves como si pintara a besos
Con aguadas. Me sorprende que una artista de la soledad estuviera tan cercana a un escritor como Jorge Ibarguengoitia , irónico, ácido, festivo, uno de lis grandes y extraordinarios escritores mexicanos.
Joy vivió y pintó para soñar mucho, y nos entrego poesía igual a pintura.
La artista murió a los 94 años de edad.
Por Alejandro Rosales Lugo




