La tarde está sobre la mesa. Los rayos del sol pegan con fuerza en los pocos refugios de sombra que se han salvado de las ráfagas. Atrás quedó la hora de la comida, el arribo a la mesa del comedor cercano, el olor a mole poblano. Las visitas que a las 7 de la tarde llegaron a una docena.
Por la ventana se deja ver la naturaleza con su estupendo cuadro de Monet. Una mujer lavando canta en solitario para los escritores extranjeros. La tarde reúne el legado crepuscular de un arriero cuya imagen es bastante revolucionaria.
En la tarde son otros personajes los que pasan por las ciudades, aún cuando son los mismos. Atrás quedó el esfuerzo de las manos sin aplausos, incluso atrás quedaron los aplausos no escuchados.
Rodando al margen de los acontecimientos la tarde llegó a esta otra tarde cuyo espacio habíamos anticipado. Nunca pensamos que se acabaría el mundo. Como navaja que corta una hoja de máquina el día revana su último cachito antes de que oscurezca.
En la carpeta que una muchacha lleva bajo el brazo va el dato de la primera cita que ocurrirá dentro de unos momentos : ¡qué nervios! , ya quiero que los enamorados se miren a los ojos cuando menos antes de otra cosa. La tarde cruje entre aranceles internacionales y un agujero deja pasar el monstruo de un recuerdo en la penumbra del Paseo Méndez.
Es un papel amarillento la tarde donde se escribió con agua, con sal y aceite de linaza quedó en la plaza, plasmada en la pared de una casa. Un café pendiente se bebió a última hora y fue lo más bonito que el dueño de este día recuerda.
La imagen difundida de la tarde probó todos los ángulos, desde arriba era como un enorme incendio en los pastizales que se fue extinguiendo. No hubo daños materiales como todas las tardes. En las personas se observan las ganas de contar las peripecias del día con una que otra mentirilla.
Yo no creo que todas las tardes sean la misma en todas partes. Cada tarde carga su nostalgia personificada. Hay obreros saliendo de la maquila, abordando el transporte que temprano pasará por todos para que no haya pretextos. Por la tarde oscureciendo, los puestos de tacos de pastor y bistec comienzan a ponerse. La luz ya es cadmio, onix, casi óxido ferroso en la paleta callada del poeta.
Todavía hay claridad entre las voces que escurren por la calle. Los perros ladran para avisar que ahí van ellos. Si hay algún problema se regresan todos. Las palomas de la plaza se echan su última vuelta reglamentaria y desaparecen del tremendo instante. Un furibundo viento pasa volando asustando a los árboles que de inmediato se mueven antes de emprender su camino rumbo a la noche, como todos nosotros.
La tarde tiene para sí un dejo de lo mejor del día y un poco de la noche que se acerca a una cuadra. Si corres te alcanza. Una multitud viene de donde el sol se puso, hablan de seres distintos a nosotros que nacieron un día antes.
Luego de todo el santo día, el señor que vende lonches en una bicicleta regresa a su casa. Gracias a Dios vendió todos, no le quedó ninguno. Olvidó quizás que también come. Quién inventaría la comida, las enchiladas, los lonches de picadillo y de jamón, afuera, por donde la gente ande con hambre. Casi siempre.
En las escuelas suele haber dos turnos: el matutino y el vespertino, ignoro el motivo por el cual se considera que hay más desorden en las tardes. Incluso por lógica los jóvenes mayores eran enviados a ese turno. Ya cayendo la tarde, oscureciendo nos vemos. Pardeando, cuando ya no muy bien es de día pero tampoco de noche, han de ser como las siete con catorce exactamente.
HASTA PRONTO
Por Rigoberto Hernández Guevara




