El Movimiento de Regeneración Nacional surgió más como una necesidad que como el impulso de una causa justa, a diferencia de lo ocurrido en otras partes del mundo con partidos políticos de efervescencia similar.
¿Cuál fue el verdadero motivo de su fundación? No fue establecer un proyecto de gobierno ni defender una o varias causas sociales. El proyecto de nación del movimiento recaía completamente en la figura de Andrés Manuel López Obrador, no en el PRD ni en las izquierdas tradicionales, como hoy intentan justificarlo.
La verdadera razón de su creación fueron los conflictos internos entre el grupo de “Los Chuchos” y el bloque obradorista, que entonces concentraba a buena parte de la militancia y simpatizantes de izquierda.
El objetivo era continuar el movimiento sin someterse al control que Jesús Ortega y después Jesús Zambrano mantuvieron, primero durante el gobierno de Felipe Calderón y luego con Enrique Peña Nieto.
El único remedio posible para López Obrador fue mantener distancia del perredismo e iniciar una labor de ingeniería política sin precedentes en la historia del país.
Logró aglutinar a todos los grupos descontentos de la izquierda y, más adelante, del priismo e incluso del panismo.
Aún hoy, el exdirigente nacional del PAN, Manuel Espino, mantiene relación con Morena, un hecho inimaginable en el escenario político de 2006.
La estrategia maestra de López Obrador permitió sumar voluntades a un proyecto emergente en medio de la crisis global de los partidos políticos, acentuada tras la llegada de Donald Trump al poder en 2016.
En México, dos sexenios catastróficos del PAN y la rapacidad priista deslegitimaron por completo al sistema de partidos. Morena ofreció un respiro y mantuvo viva la concepción tradicional de ese sistema, a diferencia de países como Argentina, Brasil o El Salvador, que derivaron hacia autoritarismos de ultraderecha con “rostro empresarial”.
Los seis años de “fantasía obradorista” coincidieron con el regreso de los demócratas a la Casa Blanca y con las distracciones de los conflictos internacionales impulsados por ellos mismos.
Andrés Manuel López Obrador, apoyado en la suma de voluntades y en un equipo de asesores con alta capacidad de maniobra, sorteó la turbulencia global.
La astucia de su segunda obra de ingeniería —los programas sociales— garantizó legitimidad y lo catapultó como uno de los presidentes más populares del mundo y de la historia de México.
Pero esa fantasía se desvanece mientras se acentúan las pugnas internas entre la élite obradorista —que busca perpetuarse políticamente— y el grupo de la presidenta, con una visión menos apegada al protocolo partidista y más cercana al progresismo técnico, sin romanticismos ideológicos.
Surge así una nueva generación de tecnócratas con menor afinidad política o ideológica, más vinculada a la vida académica y a la gestión pública basada en evidencia.
Esto contrasta con un obradorismo centrado en liderazgos locales, regionales y, en algunos casos, caciquiles.
Ese es, quizá, el verdadero trasfondo de las fricciones internas: una lucha de “rudos contra técnicos”, reflejo casi calcado del viejo priismo.
Y probablemente será la constante en la vida pública del segundo piso de la 4T, al menos durante la primera mitad del sexenio.
A ello se suma la plataforma política que impulsa la presidenta para ampliar los espacios de representación femenina, como símbolo de su condición de primera presidenta del país.
Todos esos frentes exponen la vulnerabilidad de un partido que perdió la fuerza de su fundador y figura central. Entre fricciones internas, fugas, divisiones y una oposición que podría reconfigurarse —o la eventual aparición de un liderazgo emergente al estilo Trump, Milei, Bukele o Bolsonaro—, Morena enfrenta un futuro incierto.
Por lo pronto, Luisa María Alcalde refrendó la reorganización del partido y sus intenciones de fortalecerlo desde Ciudad Victoria.
A nivel estatal, el panorama de Morena es aún más incierto: sus cimientos lucen frágiles ante el divisionismo regional y la falta de orden interno.
Algunos, como el senador JR, presumen posicionamiento en encuestas, pero el partido sigue atado a alianzas circunstanciales —como la aún vigente con el Partido Verde— que parecen más contraproducentes que benéficas.
Aun así, Morena conserva la ventaja de una oposición fragmentada o dormida en sus laureles.
Por. Pedro Alfonso García Rodríguez
@pedroalfonso88




