8 diciembre, 2025

8 diciembre, 2025

Bajo sospecha

EL CONTENCIÓN/ DANIEL VÁZQUEZ

Hay derrotas que duelen… y otras que revelan. Lo ocurrido en Cancún fue una goleada vergonzosa de 0-5, pero también una muestra más de que algo oscuro sigue permeando en Correcaminos. Porque los goles, más allá del marcador, dejaron al descubierto que en el vestidor hay algo podrido.

No es la primera vez que un grupo de jugadores termina echando a entrenadores. Ya pasó antes, y el ciclo se repite con una naturalidad enfermiza.

Resulta inconcebible que los futbolistas provenientes de la Premier, con menos experiencia y reflectores, sean los que más sudan la camiseta, los que muestran vergüenza deportiva y entienden lo que representa defender a Correcaminos. Mientras tanto, otros se tragan goles con jugadas infantiles, sin alma, sin sangre, sin compromiso.

No mencionaré nombres, ya ni ganas dan, pero usted, amigo lector, sabe perfectamente quién corre y quién no.

Porque hay quienes ya traen tatuado el chip de la derrota… ¿o tal vez tengan otra razón? Lo cierto es que ya existe esa resignación disfrazada de profesionalismo que destruye cualquier intento de cambio. Y si no se corrige de raíz, estas cosas seguirán pasando, y el equipo seguirá preso de intereses que poco tienen que ver con el fútbol.

El honor de vestir la playera ya no lo tienen. Juegan por cumplir, no por sentir. Y mientras esa indiferencia siga gobernando el vestidor, Correcaminos seguirá siendo un club sin alma, sin identidad, sin vergüenza deportiva.

La directiva encabezada por Armando Arce tiene hoy una tarea urgente: desarticular esa base de jugadores que tanto daño han hecho al prestigio del club. La limpia debe comenzar cuanto antes, antes de que contaminen a los futbolistas jóvenes que recién empiezan a tener minutos y que, con humildad, muestran lo que otros perdieron hace tiempo: orgullo y respeto por la camiseta.

Jorge Urbina… obviamente se ha equivocado. Ha tenido, a mi punto de vista, juegos en donde muestra nula o tardía reacción en los cambios o en los planes de juego. ¿Se va a quedar? Eso solo Armando y su gente lo saben. Lo veo difícil, si me lo preguntan. Pero él ha intentado por todas las vías revivir a un grupo que, sencillamente, ya no responde.

Porque lo que vimos el sábado pasado no fue solo un mal partido… fue la confirmación de que hay “muertos en vida” portando la camiseta naranja. Y tal vez usando al equipo para fines que poco tienen que ver con el juego limpio. Creo que ya es hora no solamente de voltear al banquillo, sino a la cancha y más allá.

Y con esa misma congruencia, si el fútbol todavía premia la honestidad, este viernes deberían debutar los defensas canteranos Servando Aguilar y Leo Dávila. Porque es mil veces preferible ver a un joven que se parte el alma por su equipo, que a veteranos regalando goles que rayan en lo ridículo y que dejan una sombra sobre la cancha.

Solo para recordarles que durante más de dos años, el club ha sostenido a la misma base de futbolistas. Que si por falta de presupuesto, que si por continuidad, que si los técnicos los pedían. Excusas sobran. Pero el común denominador de la derrota y las polémicas siempre son los mismos.

Ojo, como dicen por ahí: no hay que revolver el aceite con el agua. De esta plantilla se salvan algunos canteranos y uno o dos de experiencia; el resto… está para llorar. Y sí, hasta para pensar mal.

Ojalá caiga quien tenga que caer en esta limpia, esa que debió llegar desde principios del año cuando se suscitó aquella situación atípica que ya todos sabemos. Porque, como dijeran por ahí, “no es gripa”, eso no se quita ni se quitará. Y la cancha desnuda, la cancha comunica, la cancha no disfraza. Menos cuando no hay esfuerzo, no hay corazón, no hay vergüenza… porque un jugador honesto, al menos eso debe tener.

La afición merece respeto. Y sobre todo, merece que la vergüenza vuelva a vestirse de naranja. Porque hoy, más que nunca, el verdadero enemigo de Correcaminos no está enfrente en la cancha… sino dentro de ella. Y no son uno, dos o tres: son varios, y esperemos que sus horas con contrato naranja estén contadas.

POR. DANIEL VÁZQUEZ

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