4 diciembre, 2025

4 diciembre, 2025

No les digan porque se van a creer mucho 

Crónicas de la calle/Rigoberto Hernández Guevara 

Uno ya no es del barrio y el barrio ya no es de uno. Con los años los vecinos originales fueron desalojando sus casas. Los alcanzó el mundo. Vendieron por una urgencia económica. Otros fueron sacados por sus hijos a un fraccionamiento donde está más callado. A sus anchas. 

El trajín de vehículos hace parcos los recuerdos. Gente de la nueva generación con playeras nuevas bajan productos de una camioneta mamalona. Al cierre del día ya se habrá instalado otro negocio y que bueno en este lado del mundo en lo que fue mi barrio. Yo nada más los miro. 

Acá el tránsito de los vehículos hace difícil el silencio. Los negocios traen distintas especies, vendedores de chia, de tomate bola, la hierba milagrosa de Jaumave, las personas que cruzan, los chavos de la escuela, es hoy en día aquel barrio que no quería irse pero se fue. No le estaban preguntando. 

En el barrio teníamos de todo a unos cuantos pasos, barato, y bonito, sino es que absolutamente gratis. De aquellos barrios queda uno que otro en la ciudad; con su pleito de vecinos, los que se casaron, con los de la tienda, la mujer bonita, el dueño del perro, la reta favorita, la mujer bonita, etc. 

Los techos de las casas eran otros que si los veías desde arriba dominaba la lámina, seguida muy de cerca por la palma y por último un sitio donde las casa ya tenían techo de concreto, donde antes hubo cal y canto. 

Era normal ver a niños descalzos correr todo el día hasta ya entrados en años. Iban a la tienda a casa de una tía a mediodía a comer un asado. El olor que salía de las casas era un bien inmaterial de la humanidad. A mediodía una sopa de fideo que no faltara pues era considerado un delito perseguido de oficio en complicidad con los frijoles. Uña y mugre. 

Había siempre el perro buscado hasta el cansancio y estaba donde lo dejaron. Había la dama inalcanzable, verla era un cielo con estrellas desde un cubículo que todavía no se inventaba. Muchas cosas de hoy todavía no existían. Pero era lo mismo. Como quiera la regaba uno bien gacho. 

Cada detalle era conocido de tal suerte que cuando había cambios sabíamos de donde venía y qué iba a ocurrir. Un barrio se mastica como un chicle, como el ulular de la sirena por un chisme. Una pedrada de paso por la calle, eso es el barrio. En un lugar queda el espacio donde estuvo el barrio: un día pasé por ahí y encontré un fraccionamiento en sitios donde se daban las pitayas. Y no sé si sea bueno o sea malo.

Nos fuimos alejando del barrio. El barrio sin nosotros buscó una forma de acomodarse al progreso que pasaba por la calle 16. El de 16 o avenida Norberto Treviño Zapata había sido un camino de rerraceria que llevaba al norte. Y el norte tenía lo que hoy es la colonia Treviño Zapata. Todavía no existían los camiones azules y la gente iba a pata. Estaba muy lejos. Otra parte pertenecía a Primo F Reyes, un rancho donde había una gran pila que para nosotros fue una alberca. Por años. 

El barrio sin embargo conserva la memoria de los pueblos originarios y cada casa cuenta su leyenda, su drama y su comedia. Somos novelas perfectamente publicables en busca de un buen escritor que la lleve a la cima. Me queda bien claro. 

Digo que debemos volver al barrio donde nos conocimos de uno por uno. Al barrio del Pitalyal con su rancho bonito y todo. Con la cerca de pitayas bien altas que nomas las pitacochas alcanzaban. 

Acá hubo banda que se la rifó de veras. Fue orilla de la ciudad por muchos años. Después de aquí no había nada. Eran los setentas y nadie tenía una idea de lo que pasaría. Muchos héroes de este barrio, lo sé de cierto, se mudaron de ciudad y hoy son un referente tamaulipeco. Conozco muchos. No les digan porque luego se van a creer mucho. 

HASTA PRONTO 

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