El 26 de octubre se cumplieron tres años de la aprobación del matrimonio igualitario en Tamaulipas. Fuimos el último estado en el país en hacerlo.
Puedo presumir que tuve el honor de participar en los trabajos de ese importante hecho legislativo para nuestro Estado. Fue en la Legislatura 65 del Congreso del Estado, gracias a la confianza de la diputada Nancy Ruíz Martínez, quien me invitó a aportar un poco a la labor que ella venía realizando en esa materia.
Tengo que reconocerlo: al inicio, tuve muchas dudas, principalmente ideológicas. A pesar de haberme formado profesional y académicamente en áreas estrechamente ligadas a los derechos humanos, la realidad es que, en muchas ocasiones, el fantasma de la ideología religiosa y las imposiciones sociales me hacían mucho ruido e interferían con mi criterio jurídico.
Inclusive, al trabajar directamente la iniciativa, en conjunto con la diputada promovente y algunos colectivos de la sociedad civil organizada, me topé muchas veces en la disyuntiva de no compartir las ideas que en el proyecto se planteaban.
Fue hasta una reunión privada que tuve con la diputada Nancy Ruíz, donde le expuse abiertamente que trabajar esta acción legislativa me había costado mucho (ideológicamente) y que este reto me había significado mucho puesto que, a pesar de mi experiencia en la materia, seguía manteniendo una resistencia muy marcada a ciertas cuestiones progresistas.
En ese momento ella me dio una de las lecciones más importantes que he recibido en mi vida profesional. Dijo: “NO HACE FALTA SER LA CAUSA, PARA DEFENDER LA CAUSA”.
Fueron solo 10 palabras, únicamente 40 letras, pero me cimbraron de gran manera; cambiaron radicalmente mi manera de asimilar, entender y vivir el derecho.
Me hicieron entender que en tiempos donde el debate público pareciera reducirse únicamente a banderas ideológicas, conviene recordar algo tan simple pero muy trascendental: los derechos humanos no son negociables.
Nuestra Carta Magna no los ofrece como premio, ni los retira como castigo; antes bien, los reconoce, respeta y garantiza porque son inherentes a toda persona, sin importar su credo, orientación, ideología o condición.
Luego entonces, pretender subordinarlos a intereses, personales, partidistas o religiosos es traicionar el espíritu mismo los derechos humanos.
Los derechos humanos no son patrimonio de ningún grupo, ni bandera exclusiva de alguna causa. Son el punto de encuentro que nos iguala a todas las personas en dignidad frente al poder. Por tanto, la defensa los derechos humanos no debe ser entendida meramente un acto ideológico, sino una convicción de lucha permanente y progresiva.
Podemos o no estar de acuerdo con las causas o luchas sociales, pero cuando hablamos de derechos humanos, no hay punto de negociación. Los derechos fundamentales son prioridad.
Ojalá que nuestros diputados que actualmente ejercen el cargo entendieran la importancia de legislar realmente con perspectiva de respeto a los derechos humanos; pues, la experiencia nos indica que cuando los legisladores olvidan esto, se propician condiciones para la desigualdad o para justificar la arbitrariedad…
Mientras otros Congresos locales ya debaten y analizan temas como la interrupción del embarazo o la voluntad anticipada, en Tamaulipas se siguen aprobando exhortos para “poner a trabajar” a los 43 ayuntamientos como si no hubiera cosas más importantes que legislar.
Desde la tergiversación de importantes luchas sociales, hasta acciones legislativas que representan un grave retroceso en materia de respeto a los derechos fundamentales, los debates en el Congreso de Tamaulipas oscilan entre los intereses partidistas, sensacionalistas y personales, dejando de lado lo que de verdad importa: los derechos de las personas.
En fin, tendremos que esperar a ver cuándo se les ocurre a nuestras diputadas y diputados locales empezar con los temas verdaderamente importantes o si seguirán preocupándose por que les hagan memes y como castigarlo…
POR JOSUÉ SÁNCHEZ NIETO




