El proyecto de transporte público conocido como BRT —Bus Rapid Transit— está a punto de arrancar en la zona sur de Tamaulipas, con una inversión estimada en 2 mil 600 millones de pesos, de los cuales una parte provendrá del gobierno estatal, otra del federal y una más de la iniciativa privada. Se trata de una de las obras de movilidad más ambiciosas que se han planteado para la conurbación Tampico-Madero-Altamira.
El plan contempla un corredor troncal de aproximadamente 15.6 kilómetros, que conectará Altamira con el Paso del Humo y recorrerá buena parte de la avenida Miguel Hidalgo, eje vial que concentra el mayor flujo de vehículos y comercios de Tampico. En el trayecto se instalarán 34 estaciones o subestaciones, diseñadas para facilitar el ascenso y descenso de pasajeros en puntos estratégicos.
De acuerdo con información estatal y federal, el sistema contará con alrededor de 260 unidades nuevas, con capacidad para operar en carriles confinados o compartidos según el tramo. Se estima que beneficiará a más del 60 % de la población del área metropolitana, modernizando el transporte y ofreciendo una alternativa más rápida, accesible y segura.
Sin embargo, no todo es optimismo. El ancho y la saturación actual de la avenida Hidalgo han generado dudas sobre la eficacia del proyecto. Aunque originalmente se pensó en carriles exclusivos para el BRT, los estudios técnicos recientes indican que habrá sectores donde los autobuses compartirán espacio con el tráfico vehicular regular, lo que podría afectar la velocidad y puntualidad del servicio.
Las obras, según ha anticipado el gobierno del estado, iniciarán una vez concluido el proyecto ejecutivo y la licitación, prevista para el próximo año. Los estudios de mecánica de suelo están actualmente en curso y podrían terminar a finales de 2025, por lo que se espera que los trabajos comiencen formalmente en 2026.
Para quienes vivimos en esta región, la pregunta inevitable es si este sistema será realmente la solución a los problemas de movilidad que padecen miles de usuarios todos los días. La respuesta, por ahora, no es sencilla.
Las dudas más visibles provienen de la ciudadanía, de la gente que todos los días utiliza el transporte público en sus distintas modalidades: rutas urbanas, micros, taxis o plataformas digitales. Son los usuarios quienes se enfrentan a unidades deterioradas, largos tiempos de espera, rutas insuficientes y operadores poco capacitados. Desde esa realidad, es comprensible que muchos se pregunten si el nuevo sistema vendrá a resolver sus problemas o solo a cambiarles de nombre.
Un sistema de transporte moderno necesita más que autobuses nuevos y estaciones vistosas: requiere una operación eficiente, mantenimiento continuo y supervisión real. De nada servirá un corredor brillante si la red alimentadora —las rutas que llevan pasajeros desde las colonias hasta el troncal— sigue funcionando con las mismas deficiencias de siempre.
Además, la experiencia en otras ciudades del país debe servir de advertencia. En Ciudad Juárez, por ejemplo, el sistema BRT prometía transformar la movilidad urbana, pero terminó enfrentando problemas de operación, rutas insuficientes, baja frecuencia y falta de mantenimiento. Los resultados han sido modestos y el impacto real en la vida de los ciudadanos, limitado.
Casos similares se han documentado en otras ciudades mexicanas donde el modelo BRT no alcanzó las expectativas iniciales por mal diseño, ejecución deficiente o poca integración con el resto del transporte urbano. En algunos tramos, la falta de carriles exclusivos convirtió los autobuses rápidos en simples camiones atrapados en el tráfico.
En Tampico, la expectativa es que el BRT reduzca los tiempos de traslado y mejore la movilidad en horas pico. Pero si el sistema no se acompaña de una reestructura total de rutas, capacitación de operadores y mantenimiento adecuado, podría convertirse en un proyecto costoso con resultados parciales. La infraestructura debe venir acompañada de políticas públicas y voluntad para transformar la cultura del transporte.
La avenida Hidalgo, corazón comercial y vial de la ciudad, será el punto más sensible del proyecto. Las obras —que podrían extenderse por varios meses— modificarán la circulación y afectarán a negocios, automovilistas y peatones. Habrá que tener paciencia, pero también claridad: el beneficio debe superar las molestias.
Hasta ahora no ha habido voces de oposición abierta al proyecto, quizá porque todos coincidimos en que la movilidad en la zona sur de Tamaulipas necesita una transformación de fondo. Aun así, la preocupación ciudadana es válida: ¿será realmente el BRT la respuesta? ¿O solo un intento más de modernizar un sistema que lleva años mostrando señales de colapso?
Si el BRT logra operar con eficiencia, seguridad y regularidad, marcará un antes y un después en la historia del transporte público regional. Pero si se queda en promesas y carriles incompletos, el desencanto será inevitable. No se trata solo de poner autobuses nuevos en circulación: se trata de cambiar la manera en que la ciudad se mueve.
Por ahora, lo único seguro es que las obras vienen. Y con ellas, la oportunidad —y el desafío— de demostrar que Tampico, Madero y Altamira pueden planear y ejecutar un sistema de transporte público digno del siglo XXI. La ciudadanía merece que esta vez las cosas se hagan bien.
Por Martha Herrera
madis1973@hotmail.com




