5 diciembre, 2025

5 diciembre, 2025

Los cristales rotos

EN PÚBLICO/ NORA MARIANELA GARCÍA RODRÍGUEZ

La teoría del cristal roto advierte que cuando una ventana se quiebra y nadie la repara, el daño se propaga hasta derrumbar el edificio entero, y esa metáfora se confirma en muchas ciudades del país, donde el descuido cotidiano abre fisuras en la convivencia, cada bache, luminaria apagada o parque abandonado es un mensaje de abandono, cuando lo común deja de cuidarse, también se pierde el sentido de pertenencia.

Durante años la sociedad ha sobrevivido entre violencia e indiferencia, pero la herida más visible no proviene solo del crimen, sino del deterioro silencioso de los espacios públicos, calles sin mantenimiento, mercados en ruina, jardines convertidos en lotes baldíos, no son simples fallas urbanas, son el reflejo de una autoridad distante y de una ciudadanía que se agota, lo que se fractura no es solo el pavimento, es el lazo cívico que sostiene a la comunidad.

Las cifras confirman el desgaste, más de la mitad de la población siente que la inseguridad domina su entorno, millones de menores crecen sin oportunidades, el rezago educativo se estanca y la violencia de género persiste, son números que no necesitan adjetivos, hablan de un país que pierde cohesión, de una sociedad que ha dejado de exigir porque ya no espera respuesta.

En muchos lugares los servicios se desmoronan, el alumbrado falla, el drenaje colapsa, las calles se vuelven territorio del olvido, y ese deterioro urbano revela un deterioro institucional más hondo, cuando el entorno se descuida, las personas también se apagan, el abandono se convierte en norma y la resignación en rutina.

Las leyes están escritas, pero sin vigilancia ni recursos terminan como otro cristal roto, existen normas que prometen proteger derechos o prevenir la violencia, pero sin aplicación efectiva se vuelven mero discurso, la legalidad se diluye cuando no hay voluntad para sostenerla.

Reparar una ciudad no empieza con discursos ni castigos, empieza con presencia, con mantener limpio lo que pertenece a todos, con iluminar una calle o rescatar un parque, el orden no surge del temor, surge del respeto y de la conciencia colectiva, lo pequeño, cuando se atiende, evita lo grande.

En algunos lugares este principio ya se aplicó, se rehabilitaron espacios, se recuperó la convivencia, disminuyeron los delitos, no fue un milagro, fue trabajo constante, donde el espacio se degrada, la violencia florece, justo ahí donde la indiferencia se normaliza.

El país no necesita más promesas, necesita presencia real, que las instituciones aparezcan, que los barrios se reconstruyan desde abajo, porque mientras una sola ventana permanezca rota, el riesgo es que el edificio entero acabe por caer.

Por. Nora Marianela García Rodríguez

Facebook
Twitter
WhatsApp

DESTACADAS